30 mayo, 2012

TRAMPAS Y CONFUSIONES CON EL “NEO” LIBERALISMO


TRAMPAS Y CONFUSIONES CON EL “NEO” LIBERALISMO

Alberto Mansueti
Las “reformas de los ‘90” fueron basadas en el llamado “Consenso de Washington”, y bautizadas por las izquierdas y los críticos del capitalismo como “Neo” liberalismo, por cierto con talante despectivo.
Es muy importante un juicio evaluativo, porque luego de más de 20 años que han pasado, todavía ese es el “modelo” vigente en nuestra región, excepto para los países como Cuba y Venezuela, que han adoptado el socialismo duro y radical, aunque mucha gente aún no lo entiende, pensando que el lujoso tren de vida que llevan los dirigentes socialistas contradice su ideario aparente, pero sin advertir que esos lujos para los jefes son parte inseparable del socialismo “real”, único que hay, y eso porque en la realidad no existe otro. Análogamente, muchas trampas y confusiones se esconden bajo ese término “Neo” liberalismo, y es necesario aclararlas y despejar dudas.
 
Poco de liberal tenía aquel “Consenso de Washington”, redactado por los burócratas de los organismos internacionales que conviven en esa ciudad capital de EEUU. Y para colmo, fue “reinterpretado” a la manera dirigista e intervencionista, estatista y re-distribucionista por los jefes populistas a la sazón Presidentes en los ’90, comenzando por “los tres Carlos”: Salinas en México, Carlos Andrés Pérez en Venezuela, y Carlos Saúl Menem en Argentina. De hecho sirvió para que el Estado obeso y en exceso sobregirado en funciones, poderes y recursos, saliera temporalmente de sus más acuciantes e inmediatos problemas, mas no para que la gente pudiera resolver los suyos. Y así seguimos.
Pero aquellos problemas no fueron causados por el libre mercado, sino por el “Cepalismo”.
Cepalismo
En los ‘90, se entendió que el “Consenso de Washington” era un conjunto de medidas de “ajuste y estabilización”, pero encaminado a poner las bases de una más “estrategia” de desarrollo destinada a reemplazar al “Cepalismo”. Que era la política de “desarrollo hacia adentro”, sostenida desde fines de los años ’40 por los economistas de la CEPAL, básicamente keynesianos todos, inspirados por el argentino Raúl Prebisch, su fundador. A su vez este “cepalismo” había pretendido reemplazar otra política anterior de “crecimiento hacia afuera”, basada en las exportaciones de productos primarios, que tanto sirvieron a nuestros países para dar sus primeros pasos en la economía mundial, y hacer progresar las suyas, en la primera mitad del s. XX. Esta política fue sin embargo criticada acerbamente los escritores “estructuralistas” de la CEPAL, abanderados de la “Teoría de la Dependencia Centro-Periferia”, una versión latinoamericana de la antigua teoría leninista del imperialismo.
Propiciaban los cepalistas una “industrialización por substitución de importaciones”, atribuyendo al Estado funciones de planificación, inversión y acumulación de capital. El Estado era la “mano visible” que resolvería todos los problemas provocados por los ciclos de prosperidad y depresión, falsamente atribuidos a la dinámica de los mercados libres. Así inspirados en este ideario, todos los gobiernos cepalistas de los años ‘50 y ‘60 “protegieron” al mercado interno de la competencia extranjera con aranceles y cuotas a la importación, también favorecieron a las empresas nacionales con créditos a bajos intereses, y “estimularon” la demanda interna, con expansión del gasto “público” y grandes empresas estatales para “crear empleo”.
Ya desde los ’60 este “modelo” y el consenso keynesiano en el cual se basaba, estaba en graves crisis de inflación, excesivo endeudamiento estatal, muy baja productividad y competitividad en la economía en general, burocracia, corrupción, populismo y clientelismo. Su manifestación más visible fue la sobrecarga de las instancias estatales con tareas más allá de la naturaleza propia del Estado; los precios excesivos para bienes y productos incapaces de afrontar la competencia internacional; las empresas estatales y privadas directa o indirectamente subvencionadas; la corrupción creciente en todos los niveles y ámbitos; los sindicatos exigentes y abusivos; y el retraso tecnológico generalizado. Las sociedades se vieron “bloqueadas” en lo económico y político, con déficit crónico del presupuesto fiscal, por lo común financiado con inflaciones de dinero, a más de un empresariado prebendario y rentista, e instituciones ineficientes.
“Consenso de Washington”
Entonces surgió el “Consenso de Washington”. ¿Qué fue (y sigue siendo)? Un conjunto de 10 medidas o líneas de acción a seguir, consideradas “Prescripciones de Política para el Desarrollo”, inspiradas en las ideas del economista John Wiliamson. Y que los funcionarios de las organizaciones como el FMI y el Banco Mundial consideraron en su momento como “políticamente viables”; es decir, aceptables por los actores políticos, económicos y sociales en la región. Aún las siguen recomendando. En las propias palabras del mismo Williamson, se pueden resumir de esta manera:
(1) disciplina fiscal; (2) re-ordenamiento del gasto público, orientado a la atención médica básica, educación primaria e infraestructura; (3) reforma fiscal para reducir las tasas impositivas y aumentar la recaudación; (4) liberalizar las tasas de intereses; (5) sostener un tipo de cambio “competitivo”; (6) eliminar barreras cuantitativas a las importaciones, y convertirlas en restricciones arancelarias, para luego bajar paulatinamente a un arancel promedio entre 10 % y 20 %; (7) liberalizar el flujo de inversión extranjera directa; (8) privatizar empresas estatales; (9) reducir las trabas legales eliminando barreras de entrada y salida a los mercados; y (10) fortalecer los derechos de propiedad privada.
Sobre todo comparado con el desastre que había antes, en general estos diez pasos pueden verse casi todos como enrumbados más o menos en la dirección correcta, en principio. Aunque insuficientes, sin duda. Y para colmo en Latinoamérica, falta por completo de tradición de pensamiento liberal, fueron “interpretados” en clave estatista por partidos y gobiernos populistas, socialistas y mercantilistas. Esa “interpretación” fue y sigue siendo el famoso y tan vilipendiado “Neo” liberalismo.
“Neo” liberalismo
Examinemos y juzguemos uno a uno los 10 Mandamientos del "Neo" liberalismo. Comparemos con el “Consenso”. Y juzguemos punto por punto, uno a uno, las 10 recomendaciones que en Washington escribieron en el papel, y lo que en nuestros países hicieron los “Neo” liberales durante los ’90, y siguen haciendo todavía.
1) La disciplina fiscal es algo excelente; pero hay dos modos de lograrla: bien reduciendo gastos estatales, o bien incrementando ingresos fiscales, ¡esto se hizo! El gasto “público” no se redujo, en muchos casos se incrementó, porque las funciones del Estado, en exceso sobrecargado de metas, poderes y recursos, no fueron apropiadamente definidas. En muchos países se introdujeron nuevos impuestos indirectos, más fáciles de recaudar, y la carga tributaria se aumentó.
2) Reordenar el gasto público es muy necesario; pero para eso hay que definir cuáles son las funciones del Estado: defensa y policía, justicia y obras de infraestructura, mucho antes que atención médica y educación. Esas no son las funciones propias del Estado. El Estado no está para hacer agricultura, comercio, industria, banca, seguros, educación o medicina. Ni para emitir reglamentos y prohibiciones a granel sobre todo asunto divino y humano. Y si lo que se desea es ayuda estatal para los pobres con sus gastos médicos y educativos, para eso están los “vouchers”, un subsidio mucho más eficaz, a la demanda y no a la oferta.
3) Reducir impuestos es algo bueno, pero “aumentar la recaudación” cuando la carga tributaria ya es excesiva, es mucho más discutible. Por la vía de los impuestos, una inmensa masa de recursos fueron y son todavía detraídos de los bolsillos de los particulares, año a año. Aunado el exceso de carga fiscal a la carga reglamentarista, se aumentan arbitraria y artificialmente las estructuras y magnitudes costos de todos los actores económicos en general. Y se impide que la oferta, y la economía en general, sean dirigidas de manera más eficiente por los agentes privados: los consumidores, los trabajadores, los empresarios y gerentes, los ahorristas, etc., canalizando todos sus preferencias a través de decisiones racionales y económicas, en base a precios no distorsionados. Así también se impide la formación de capital, y se mantienen nuestras economías con una tasa de capitalización muy baja, que a su vez origina una baja productividad en el factor trabajo, y por consiguiente bajos niveles de salarios e ingresos reales, con escaso poder de compra.
4) Liberalizar las tasas de intereses es indispensable, pero la regularización del sistema financiero exige el respeto irrestricto a la propiedad privada de los depósitos y reservas al 100 % en la banca, y el libre mercado en las áreas de la moneda, las finanzas, y los créditos, sin la presencia de un Banco Central, perversamente habilitado para inflar la oferta de dinero, y para “rescatar” a los bancos metidos en problemas por causa de créditos concedidos de manera irresponsable.
5) El mantra “sostener un tipo de cambio competitivo” puede leerse como un permiso para manipular discrecionalmente la moneda nacional a fin de tenerla crónicamente devaluada, creyendo de ese modo “estimular las exportaciones” (otro mantra). Eso es lo que se hizo, y se sigue haciendo. Lo que debería hacerse en lugar de ello es optar entre tener o no una “moneda nacional”, y decidir: a) si no la hay, que sean libres los tipos de cambio entre las distintas divisas circulantes; b) si la hay, entonces que tenga un respaldo metálico, o de otro modo sólido, para impedir su emisión indiscriminada y consiguiente devaluación.
6) Las restricciones cuantitativas al comercio de importaciones fueron eliminadas algunas, otras sustituidas con nuevos pretextos (sanitarios, ecológicos, “dumping” etc.); y el arancel efectivo promedio en muchos casos está en 10 % o menos, pero en cambio otro tipo de multas y castigos se impusieron a los productos importados, y se imponen todavía, como los “derechos antidumping”.
7) Liberalizar la inversión extranjera es algo que no se hizo, o se hizo a medias. Tenemos hoy en día muchas y variadas inversiones extranjeras y compañías extranjeras, sobre todo en la explotación de recursos naturales, y en muchos de los servicios básicos como telefonía; pero casi siempre bajo un rígido sistema de “contratos” de exclusividad con el Estado, esencialmente monopolista, como se explica en el punto siguiente.
8) Se privatizaron muchas empresas estatales; pero pasaron de ser monopolios estatales a monopolios privados. Un “monopolio” no es una empresa grande, sino una empresa a la cual por ley, decreto o contrato con el Estado, se libera de su deber de soportar la libre, sana y abierta competencia.
9) Reducir trabas legales a la actividad económica es otra tarea indispensable; pero lo que se hizo y hace es sustituir algunas trabas legales, por otras trabas legales. Así como la carga tributaria, la carga regulatoria es hoy día insostenible, como se ve en el punto siguiente. Y ambas cargas, sobre todo la segunda, tienen un efecto muy perverso: en las recesiones económicas, les impiden a los empresarios corregir sus propios fallos, inducidos por las expansionistas políticas monetarias y crediticias. Hay que identificar y derogar las leyes malas.
10) No se han fortalecido los derechos de propiedad privada, restableciendo el Derecho Común y ordinario de los antiguos Códigos, y un sistema judicial capaz de soportar la vigencia de las tales leyes generales y objetivas para castigar los verdaderos crímenes, contra los derechos a la vida, libertad y propiedad. Como ya vimos, es al contrario: más que nunca, hoy en día los corredores económicos están plagados de “regulaciones” y “agencias reguladoras”, con grandes poderes discrecionales y arbitrarios. Estas leyes malas siguen las Agendas de las Izquierdas, tanto de las antiguas, en temas contrarios a la empresa, al capital y a la ganancia, como en las nuevas ideologías posmodernas: ecologismo, feminismo, indigenismo, “no discriminación” y “Nuevos Derechos Humanos” etc.
Para colmo, se insiste en la harto fracasada “Guerra a las Drogas”, total y probadamente incapaz de cumplir su promesa de detener el consumo. Nada se ha hecho ni se hace para liberalizar el tráfico (la compraventa) de sustancias estupefacientes y sicotrópicas. En consecuencia, tenemos ahora una rica y poderosa “narco-economía” para financiar campañas electorales, de prensa y de opinión; para comprar jueces y fiscales, policías, militares y políticos; y para sostener el terrorismo de las guerrillas, que ha regresado por sus fueros.
Conclusiones
Por esta vía, “Neo” liberalismo y Neo Socialismo resultan a la postre bastante parecidos, sobre todo en los fines, estribando las diferencias más que nada en los medios o vías para llegar a esos objetivos, que en general son dictados por el sistema de la ONU y sus agencias. Es como era en el caso de los marxistas bolcheviques y mencheviques en al anterior siglo XX, inspirados unos y otros en Lenin y Bernstein respectivamente. Ahora los partidarios del “Neo” liberalismo prefieren los instrumentos “democráticos” y el lavado masivo de cerebros, empleando para ello la prensa y las ONGs afectas a sus causas además del aparato del Estado, mientras que los del Neo Socialismo optan por los medios puramente estatistas y armas dictatoriales, enfatizando las medidas represivas y violentas.
Ya estamos en condiciones de adelantar ese juicio sobre el “Neo” liberalismo. En aquellos tiempos, hace ahora más de dos décadas, se dieron algunos pasos en la dirección correcta, pero muy pocos y muy cortos, junto con algunos otros cambios más de forma que de fondo. Y si ya hace dos décadas, aquellas reformas fueron algunas bien encaminadas pero insuficientes, y otras meramente de forma o estilo, hoy en día puede decirse con justeza que ese “modelo” está por completo agotado: ya dio todo lo que podía dar, y no da más. Y los “reajustes” e innovaciones no han sido para mejor sino para peor.
El drama actual de América latina, es el mismo en todos los países. Y es que hay sólo dos “libretos” en los países de la región: uno es el discurso retórico que los candidatos a Presidente emplean para ganar elecciones; y otro bastante diferente es el de gobernar, una vez elegidos. El primero es la harto conocido verborrea demagógica de las izquierdas, que culpa a “los ricos”, al “imperialismo” y a “los grandes monopolios” (léase todas las grandes empresas). Enfatiza los temas de “desigualdad”, el intervencionismo económico como “solución”, y las reiteradas pero siempre incumplidas promesas de igualdad y de “inclusión social” procedentes del “Estado de Bienestar”. Este es el camino que han escogido algunos países de la región, como Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador.
El segundo es el libreto del “Consenso de Washington”, que todos los candidatos a Presidente en sus campañas electorales dicen odiar, pero que sin embargo aplican al pie de la letra una vez que ganan las elecciones, en casi todos los demás países. Esta situación de “doble discurso” cansa a la opinión. Y tiene muy graves consecuencias, porque desprestigia a la vez a los políticos, a los partidos y a la democracia. Sólo beneficia a las izquierdas, y a los críticos del capitalismo.
Lo peor de todo es que sólo hay dos libretos que se presentan a la gente, uno que es malo, el “Neo” liberalismo, y otro que es todavía peor, el Socialismo del siglo XXI. El Liberalismo Clásico brilla por su ausencia en la arena de las proposiciones, las ofertas electorales y las recetas de política.
Recomendaciones
La real solución es una sola: despejar equívocos y malentendidos, y decir la verdad en todo: en el diagnóstico y en las soluciones. Pero antes de decir la verdad, y para que la gente nos crea, hay que decirle clara y francamente “te han mentido”. Decirle: “te han hecho trampas con el lenguaje y los conceptos”. Y mostrarle paso a paso las mentiras, tanto de la inmensa mayoría de opinión, quienes critican y adversan al “Neo” liberalismo creyendo que es liberal, cuando no es así, como de la minoría, todos aquellos quienes le aplauden y vitorean por la misma razón: creyendo que se trata del libre mercado, pero no lo es. Es necesario decirlo: han mentido, tanto los unos como los otros.
Y hay que denunciar quiénes fueron específicamente los que han mentido, para que la gente los reconozca, y pueda de este modo revocarles esa crédula confianza que ingenuamente depositaron en todos ellos, sean políticos, legisladores, dirigentes sindicales, líderes de ONGs, “expertos” asesores y opinadores, Alcaldes y líderes de provincias, comentaristas de la prensa escrita, la radio y la TV, empresarios mercantilistas y gremios empresariales, profesores universitarios y maestros, muchos “blogueros”, incluso clérigos. Todos han mentido, a sabiendas o no, y en el primer caso son culpables por falsedad, mientras que en el segundo son culpables por error, crasa ignorancia y desconocimiento.
¿Ese camino es fácil? No, pero no hay otro.

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