12 marzo, 2012

Perú: Entre el distanciamiento y la renovación – por Eugenio D’Medina Lora

Hace pocos días, coincidía con Steven Levitzki en que el fujimorismo tiene las fortalezas para convertirse en el partido que llene ese espacio, claro está, con mucho trabajo de por medio. Martín Tanaka niega tal posibilidad, pues él sólo ve el futuro de una derecha democrática si es liberal y anti-fujimorista. Para Levitzki, la única forma de lograrlo es distanciarse de lo que enorgullece a los líderes históricos del fujimorismo. Y pretende probar su hipótesis trayendo a colación el caso de la derecha chilena que se desmarcó de Pinochet casi al momento en que cayó este con el plebiscito de 1988.


Aquí discrepo. A la derecha chilena le convenía ese desmarque porque Pinochet representó un régimen que careció de fuerte respaldo popular, lo que le obligó a abroquelarse tras un férreo régimen militar que desarticuló por la fuerza a la totalidad de la institucionalidad chilena, que ya era fuerte antes del golpe de 1973, y que fue responsable de centenas de muertos.
Además Pinochet, a diferencia de Fujimori, no tuvo reconocimiento de legitimidad de la comunidad internacional y nunca pudo viajar oficialmente al extranjero. Ni siquiera las potencias occidentales lo reconocieron como un ícono del anti-marxismo debido a la brutalidad de sus métodos, puestos de manifiesto desde el momento mismo del golpe de estado. Hay que añadir que Pinochet no enfrentó una amenaza de la catadura de violencia de los grupos terroristas que asolaron al Perú. A lo que hay que agregar que el despegue económico que surge a partir de las reformas que impone, no tuvo la rápida maduración y visibilidad que el que propició las acciones emprendidas por Fujimori.
El fujimorismo no tiene que distanciarse de lo que se le reconoce como “bien hecho” en los noventa. De lo malo, sí. Pero el fujimorismo es reconocido, en el imaginario popular, por su capacidad de tomar decisiones difíciles, por su adhesión a la ortodoxia económica seria y por su efectividad para generar orden. Recusar lo bueno de lo hecho en los noventa significaría perder su esencia y sus ventajas competitivas políticas.
Si quiere expandirse, ha de abrirse hacia un liberalismo popular, que parta de la misma vivencia de los que se ganan la vida en los conos de las grandes ciudades y que ya han empezado a probar las mieles del progreso que pueden surgir del mercado. Después de todo, esos sectores ya le reconocen efectividad al fujimorismo, porque florecieron gracias al modelo impuesto en los noventa. El espacio de la derecha liberal sería ocupado por el fujimorismo pero debidamente reforzado. Sus nuevos adeptos no tendrían que ser fujimoristas, sino simpatizantes de la forma de gobernar, en lo bueno, que tuvo el gobierno de los noventa.
La derecha liberal democrática puede así, paradójicamente, alojarse en el cubil fujimorista con miras a su fortalecimiento. Pues si su destino fuera articularse en su contra y ser liderada por el ala liberal articulada en el “anti-fujimorismo vargallosiano”, podemos esperar varias décadas, si acaso, para que esa derecha se inserte en el seno popular y pueda ganar elecciones

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