12 marzo, 2012

Los republicanos y la entrepierna

Los republicanos y la entrepierna

 

El candidato presidencial republicano Rick Santorum, ex senador por Pennsylvania, saluda a los asistentes a un acto de campaña en Mobile, Alabama. Santorum se opone al uso de anticonceptivos.
El candidato presidencial republicano Rick Santorum, ex senador por Pennsylvania, saluda a los asistentes a un acto de campaña en Mobile, Alabama. Santorum se opone al uso de anticonceptivos.
Eric Gay / AP
El pasado 8 de marzo se conmemoró el Día Internacional de la Mujer con muchos actos que ensalzaron, como aquel anuncio de cigarrillos que rezaba You’ve come a long way baby, el gran avance de las mujeres desde aquel terrible incidente de principios del siglo pasado, cuando el dueño de una fábrica textil en Nueva York le prendió fuego a un centenar de trabajadoras que se encerraron en la empresa en señal de protesta por las deplorables condiciones laborales a que estaban sometidas.


Afortunadamente, hoy, al menos en Occidente, la mayoría de las mujeres goza de los mismos derechos que los hombres y cada vez se equiparan más en el campo laboral (pese a los menores salarios que reciben), en las oportunidades educativas y en el ámbito de la igualdad que le ha ganado terreno al atávico machismo.
Sin embargo, hay un terreno, el de la libertad reproductiva, que oscila peligrosamente en el péndulo de los intereses políticos. En Estados Unidos, por ejemplo, el Partido Republicano se escora cada vez más hacia el ala del fundamentalismo cristiano. Los candidatos a la presidencia compiten por mostrarse más radicales en asuntos como el aborto y el acceso a los contraceptivos, asumiendo posiciones extremistas apartadas del principio fundamental con que se fundó Estados Unidos, donde se separaban totalmente la religión y el Estado, atreviéndose, como ha hecho Rick Santorum, a inmiscuir a Dios (y al diablo, por cierto) en la riña electoral.
A tal punto ha llegado la cruzada religiosa de los republicanos, que hasta pretenden que las empresas puedan alegar motivos de conciencia para negar la cobertura de anticonceptivos en los seguros médicos que ofrecen a sus empleados. Una cosa es la prerrogativa de las instituciones de carácter abiertamente religioso a negarse a facilitar la planificación familiar, y otra bien distinta es que en cualquier centro laboral interfieran en el derecho de las personas a tener acceso a los métodos contraceptivos.
En lo relativo al siempre delicado y debatible tema del aborto, actualmente en muchos países la ley ampara el derecho a la interrupción voluntaria de un embarazo. Una práctica que nadie impone a las personas creyentes que siguen los preceptos de la Iglesia, y que bajo ninguna circunstancia considerarían este último y tan amargo recurso que emplean muchas mujeres cuando así lo consideran necesario. Pero si el aborto es legal y se hace dentro de los plazos establecidos, nadie puede vulnerar el derecho de la mujer a no seguir adelante con una gestación que considera inviable.
Se puede tener reparos morales acerca de la interrupción voluntaria del embarazo, pero desde que en 1973 la Corte Suprema de Estados Unidos determinó en el caso Wade vs. Roe que los derechos y la privacidad de la gestante se anteponen a los derechos del nonato dentro de un plazo establecido, el aborto es una alternativa legítima. Lo mismo sucede con “la píldora del día después”, anticonceptivo de emergencia que se usa para prevenir un posible embarazo ante la eventualidad de la fecundación del óvulo en las primeras 24 horas de un encuentro sexual.
En los países cuyas leyes le permiten a la mujer abortar no se entra en la valoración moral que pueda haber conducido a la afectada a tomar este camino. En definitiva, vivir en libertad exige una constante toma de decisiones y enfrentarnos a nuestra propia conciencia con dilemas que no tienen fácil solución. Y una de las muchas ventajas de vivir en sociedades abiertas es que hay espacio para admitir las miserias del otro. Seguramente, a muchos ciudadanos les parece reprobable el aborto. También pueden opinar lo mismo de la prostitución, cuya oferta es posible debido a la gran demanda existente. O, lógicamente, pueden lamentar el alto índice de adictos al alcohol y al tabaco, dos drogas socialmente aceptadas. Hay ciudadanos consecuentes que nunca desharían la institución del matrimonio porque su compromiso es que sólo la muerte puede separar a los contrayentes. Sin embargo, estas mismas personas toleran la existencia de prostíbulos, de alcohólicos, fumadores o divorciados. En el variado paisaje de la tolerancia hay cabida para las clínicas donde se realizan abortos con la asepsia y las garantías que no existen donde está prohibido y se hacen en condiciones atroces.
Sorprende que con la cantidad de problemas de carácter social y económico que hay por resolver y que afectan a tantas personas, la mayor preocupación de los políticos en campaña se centre en la entrepierna de los ciudadanos. Cuando parecía que ya era una conquista segura el control de la natalidad, vuelve la cicatería con el abanico de opciones legales para tener acceso a la contracepción. Si de algo somos y debemos ser dueñas las mujeres, es de la certeza de cuándo queremos y podemos traer un hijo al mundo.

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