13 marzo, 2012

Los intermediarios

Fernando Ravsberg 

Mercado agropecuario de La Habana. (Foto: Raquel Pérez)
Mercado agropecuario de La Habana. (Foto: Raquel Pérez)
Hoy, mientras recorría los puestos del agromercado, repletos de frutas y vegetales, algo me hizo retroceder los años 90, cuando la distribución de alimentos era monopolizada por el Estado a través de mecanismos tan estrictos como ineficientes.



Cocinar siempre fue mi hobby pero en aquellos tiempos era un verdadero dolor de cabeza, cuando me vendían ajo no había cebolla y al aparecer ésta se perdía el ají pimiento, nunca pude elaborar un plato con todos sus ingredientes.
En medio del trópico era casi imposible encontrar frutas como la naranja, la piña, el mango o la guayaba. El plátano nunca desapareció del todo pero al cabo de un par de años de consumirlo en exclusividad me sentía un hombre mono.
Los que teníamos vehículo íbamos al campo a comprarles a los campesinos pero regresábamos a la ciudad como traficantes de drogas, esquivando a la policía para evitar el decomiso de los boniatos que celosamente escondíamos en el maletero.
Mientras en las alturas se debatía la apertura de los agromercados, en la población se propagaba la neuritis. Fue decisiva la declaración del viceministro de Salud demostrando que la enfermedad era provocada por falta de vitaminas y minerales.
El Dr.Terry fue destituido, pero poco después se autorizó a los campesinos a vender sus productos directamente a la gente a precios de mercado. Curiosamente el valor del arroz, descendió de CUP$50 la libra -en el mercado negro- a menos de CUP$10 en el agromercado.
A pesar de todo, el Estado siguió resistiéndose a aceptar los intermediarios. Se empezó exigiendo que fueran los mismos campesinos los que trasladaran y vendieran sus productos. Nunca explicaron quién trabajaría entonces la tierra.
Algunos dirigentes lo llevaron a extremos. Cuando estuve en Camagüey los artesanos me contaron que solo les permiten vender algunos días de la semana porque supuestamente el resto del tiempo tienen que estar fabricando artesanías.
Para ser justos hay que decir que el rechazo a los intermediarios no viene solo del gobierno. Un campesino de la provincia de Matanzas me decía que le indignaba ver como los transportistas y los vendedores ganaban más que quienes trabajan la tierra.
Desde que los alimentos salen de las manos del campesino hasta que llegan al consumidor los precios de algunos productos se incrementan hasta en un 500% e incluso más si contamos los que se venden clandestinamente dentro de los agromercados.
Por si esto fuera poco muchas balanzas están trucadas, con lo que la reducción del peso incrementa aún más el precio. Y no se andan con chiquitas, hace poco me intentaron vender un pernil de puerco de 5 kilos como si pesara 9.
Todas las críticas del gobierno y la población a los intermediarios tienen una base real pero muchas veces se pierde de vista que estos son también trabajadores y que son tan imprescindibles socialmente como los que producen.
Es absurdo pensar que los campesinos van a dejar de trabajar para ir a vender a los mercados o que los artesanos van a paralizar la carpintería y acudir a la feria a ofrecer sus productos a los turistas. Muchos ni quieren ni pueden ni les gusta.
En cualquier sociedad normal se necesita el trabajo de los intermediarios y este está regido por normas. Lo que le falta a Cuba no son leyes que prohíban, sino regulaciones que faciliten la actividad e impidan los abusos.
Una política impositiva justa es un mecanismo ideal para limitar los excesos y redistribuir las riquezas de un país. En las naciones socialmente más avanzadas los intermediarios saben que cuanto más ganen más les quitará el fisco.
Pero también se les puede tratar amigablemente, dándoles la posibilidad de comprar vehículos nuevos, motores de bajo consumo, abastecerlos de repuestos, ofertarles balanzas nuevas y hasta rodamientos para los carretilleros.
Establecer normas claras, dar facilidades operativas y cobrar impuestos justos podría resultar más productivo que azuzar a la población desde la prensa estigmatizando a los intermediarios como si fueran los responsables de la escasez y los altos precios.

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