13 marzo, 2012

La bola de nieve del imperio

Por Nico Perrino
Aquellos que pasamos nuestros años de juventud viviendo en el más frío de los 50 estados recordamos con cariño aquellas tardes que pasábamos jugando después de que una nueva capa de nieve cubriera el suelo. Cogíamos la chaqueta y los guantes, salíamos corriendo de nuestras casas y nos reuníamos en el terreno que tuviéramos más cerca (quizás el patio trasero) y disfrutábamos del paisaje invernal que se nos presentaba sólo esporádicamente durante aquellos fríos meses.

Guerras de nieve, hombres de nieve, y construir iglús eran algunas de las actividades en las que todos participábamos, ignorando alegremente el peligro de congelación con tal de rescatar un minuto más fuera.
Pero, de todas esas, había una actividad que destacaba para un buen número de nosotros.
Era el juego más sencillo, pero uno de los más divertidos. Cuando había suficiente nieve en el suelo, todos en el barrio o en la escuela competían por hacer la bola de nieve más grande.
Como con todo, al principio era pequeña; un niño amontonaba un puñado de nieve y lo hacía rodar por el suelo añadiendo cada vez más cantidad. Pasaban unos minutos y la bola le acababa llegando por las rodillas – unos cuantos más y le llegaba por la cintura.
Con el tiempo, la bola, dado que había suficiente tiempo y nieve, se hacía demasiado grande para un solo niño, así que llamaba a un amigo y la empujaban hasta que se hacía demasiado grande para seguir empujando. Llamaban a otro amigo, y a otro, y a otro, hasta que, tras un tiempo, había de cinco a diez personas intentando empujar la bola de nieve, que ya se alzaba por encima de sus cabezas.
Aun así, el juego siempre terminaba de la misma forma. Siempre terminaba cuando la bola de nieve, sin importar cuánta gente hubiera, no podía seguir siendo empujada. Permanecía siempre en el mismo sitio, semana tras semana, quizás mes tras mes, hasta que llegaban días más cálidos que la derretían. Era siempre el último resto del invierno en desaparecer.
En cierto modo, la política exterior de los Estados Unidos se parece a ese juego de las bolas de nieve.
Al principio era pequeña y no tenía pretensiones, como el primer puñado de nieve. Los más sagaces de nuestros Padres Fundadores defendieron una política exterior humilde: «Paz, comercio, y honesta amistad con todas las naciones» – dijo Jefferson, «alianzas comprometedoras con ninguna». Y así fue durante alrededor de un siglo.
Pero con los albores del siglo XX, y la Revolución Industrial en pleno auge, las cosas comenzaron a cambiar.
La bola de nieve comenzó su primer ciclo en 1899 cuando, el 4 de febrero de aquel año, los Estados Unidos comenzaron una guerra contra Filipinas. Dos días después el Senado votó por la anexión del país, a pesar de la oposición de los isleños. El país no le sería devuelto a su pueblo hasta 1934.
No pasaron ni 20 años cuando, en 1917, Estados Unidos decidió entrar en la Primera Guerra Mundial, renunciando al llamamiento de Jefferson de evitar alianzas comprometedoras y, como resultado, perdió aproximadamente 116 mil hombres y millones de dólares en la guerra.[1]
La bola de nieve siguió rodando con la Segunda Guerra Mundial, quizás la única guerra justa del siglo, pero, como resultado, nuestro papel en los asuntos internacionales cambió espectacularmente y en 1949 se creó la OTAN. La OTAN fue la mayor alianza comprometedora – que aseguraba para siempre nuestro asiento en la mesa de cualquier guerra futura, justa o no.
El resto, como se dice, es historia. La bola de nieve ha estado rodando a toda velocidad desde entonces, creando un imperio que es tanto abarcador como omnipresente.
Corea, la Unión Soviética, Vietnam, Irán, Irak, Pakistán, Somalia, Bosnia, Kosovo, otra vez Irak, y Afganistán: Estados Unidos ha tenido personal militar en todos estos países (o se ha comprometido con ellos) en algún momento de los últimos 50 años, y hoy es responsable de más de 600 bases militares en 40 países de todo el mundo.[2]
Como afirma el Departamento de Defensa, «El ejército de los Estados Unidos está desplegado actualmente en más países que nunca en toda su historia ». [3]
La bola de nieve, que comenzó siendo un copo, ha alcanzado ahora la categoría de Leviatán y marcha cuesta abajo haciéndose cada vez más grande con cada revolución. El imperio de los Estados Unidos alcanza ahora todos los países del mundo, directa o indirectamente.
Pero tarde o temprano la cuesta va a nivelarse y la bola de nieve va a rodar cada vez más lento. Cuando eso ocurra, sin embargo, la bola será tan grande que el mecanismo que la ha sostenido durante el siglo pasado ya no será capaz de empujar y, como resultado, permanecerá estancada hasta que se derrita con el tiempo.
Estados Unidos ha tenido suerte. Durante la última década más o menos China ha jugado el papel del «tío cachas» del barrio, ayudándonos a seguir impulsando la bola de nieve a través de préstamos y deuda cuando ya no lo podíamos hacer nosotros mismos.
Actualmente China es el mayor poseedor de bonos del Tesoro de los EEUU en todo el mundo, constituyendo el 25% de todos los acreedores extranjeros, alrededor de 1,15 billones de dólares.[4] Si China no nos prestase dinero, nuestra política exterior no podría existir.
Cuando frene la bola, se deberá en gran parte a la incapacidad de EEUU para permitírselo.
En el momento en que se escribe este artículo, la deuda de EEUU asciende a 15,2 billones de dólares. Es casi 48.000 dólares de deuda por cada hombre, mujer y niño que tenga la nacionalidad estadounidense, sea cual sea su edad.[5] Un bebé nace con 48.000 dólares antes de que respire siquiera por primera vez, y esta cifra no tiene en cuenta el interés de esa deuda, que es mucho, mucho mayor.
En total, la petición presupuestaria del presidente sólo para 2012 es aproximadamente de 3.729 billones de dólares – 1,1 billones más que el total de ingresos para el mismo año fiscal.[6]
Y de esos 3.729 billones de dólares, 553 mil millones están destinados a gasto en defensa – un aumento de 20 mil millones respecto a 2010 y 150 mil millones más de lo que se gastó durante el auge de la Guerra Fría en dólares ajustados a la inflación de 2012. [7]
Pero uno puede preguntarse: ¿Qué significan todas estas cifras?

Significan que:
1. No tenemos dinero y por tanto dependemos de impuestos adicionales, préstamos e impresión de dinero para financiar y dirigir nuestro país, y
2. Estamos gastando mucho dinero que no tenemos en el ejército
Las respuestas comunes a estas dos interpretaciones son a menudo, por desgracia, las mismas: que estamos metidos en una guerra y terminando otra en el extranjero, y el mundo se está convirtiendo en un lugar cada vez más peligroso y necesitamos una expansión del gasto en defensa (o guerra).
Menos mal, sin embargo, que esto no es cierto. Si uno suma todo el gasto militar del mundo, Estados Unidos constituye el 48% del mismo. ¿Quién nos sigue en gasto? Nuestros aliados de la OTAN con el 20%. Después de la OTAN, quien más gasta es China, cuyo gasto quintuplicamos, con el 8%. [8]
Y en el caso de Irán, a quien los tambores de guerra le suenan cada vez más fuerte, su presupuesto militar anual – 7 o 12 mil millones de dólares, dependiendo de a quien se consulte – equivale al 2% de nuestro presupuesto militar anual. Y si aumentaran su gasto militar un 127%, como algunos están anunciando, todavía los dejaría al 4% [9]
Hablando en plata, Estados Unidos tiene algunos ciudadanos que ganan más dinero del que algunos países se gastan en defensa. No importa cómo se mire, Estados Unidos simplemente gasta demasiado dinero en el ejército como para que haya una amenaza física imaginable hacia nuestro país, a pesar de que los políticos sugieran lo contrario.
Pero solo porque gastemos mucho dinero en el ejército y no haya una justificada amenaza exterior contra nuestro país no significa que nos encontremos estables y seguros. De hecho, el propio gasto que empleamos en nuestra seguridad bien puede significar la mayor amenaza para nuestra nación.
Con tanto gasto en guerras y en el imperio, Estados Unidos está al borde de sufrir un colapso económico similar al que sufrió Grecia en la primavera de 2010 y que continúa sufriendo como resultado de un endeudamiento excesivo en el terreno social.
Si no, escuchen a Alan Greenspan, el maestro en ignorar la deuda, cuando en junio de 2010 dijo en un artículo del Wall Street Journal que «Estados Unidos, y la mayoría del resto del mundo desarrollado, necesita un cambio tectónico en su política fiscal. Un cambio gradual no será suficiente». Y también su sucesor como Presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, que dijo en una audiencia del Comité Presupuestario de la Cámara de Representantes en junio de 2010 que «El presupuesto federal parece hallarse en un camino insostenible».
Estas palabras vienen de los hombres que dirigen nuestra economía y dictan nuestra política monetaria, y sus palabras son muy claras: Si Estados Unidos no empieza a reducir el gasto y replantearse el camino que ha elegido, (préstamos sin límites e impresión de dinero) bien puede sufrir el colapso económico que supuso la destrucción de casi todos los demás imperios en su tiempo, incluyendo Roma y la Unión Soviética.
Todos los grandes imperios acaban por dos razones: la sobreexpansión y el colapso económico (normalmente entrelazados). Muy pocas veces acaba un imperio por razones externas, y ¿por qué deberíamos considerar a EEUU una excepción? Como sostiene Niall Furguson, de Harvard, «el colapso de un imperio puede ser mucho más repentino de lo que muchos historiadores pueden imaginar. Una combinación de déficits fiscales y un ejército que no da más de sí sugiere que Estados Unidos puede ser el siguiente imperio en el precipicio».
Si hay algún lugar de nuestro presupuesto donde podemos provocar un impacto inmediato en el déficit, es en el gasto en defensa, ya que, cuando se trata del ejército, nuestro gobierno no muestra ninguna restricción fiscal. Gasta más de un millón de dólares por soldado y por año en Afganistán, mientras que el enemigo, que ha mantenido la guerra durante 11 años (la más larga de nuestra nación), gasta mucho menos. [10]
(El gobierno) está gastando aproximadamente 106 millones de dólares en un sistema de misiles de defensa – para Europa; distribuye 40.000 soldados para defender la frontera – de Corea del Sur. [11]
Y como comentario aparte, aunque de relevancia, se estimó que la guerra de Irak en 2003 le costaría a EEUU de 50 a 60 mil millones de dólares, sin embargo, para 2008 la guerra ya había costado 12 veces esa cantidad. [12] Son aproximadamente 600 mil millones – eso sin mencionar el coste en vidas.  Fue un craso error de cálculo y un perfecto ejemplo de la falta de restricción fiscal en el gasto militar.
Nos guste o no, la gigante bola de nieve que es nuestra política exterior está dejando de rodar después de décadas de expansión. China, el tío cachas del barrio, no podrá seguir haciéndola rodar por mucho tiempo, y todo lo que ese país tiene que hacer para destruir nuestra moneda y nuestro país es pedir que le devolvamos la deuda.
La cuestión ya no es de demócratas contra republicanos, progresistas contra conservadores, o pobres contra ricos. No importa vuestra postura respecto a la guerra o los presupuestos de defensa, debemos escuchar a aquellos que, como Bernanke, afirman que el gasto debe parar y que se ha de eliminar la deuda.
Para hacer esto, nuestro intervencionismo y construcción de naciones por todo el mundo debe terminar también; es la mayor amenaza para nuestra seguridad nacional. Si continuamos financiando un imperio que no podemos permitirnos, haremos vulnerable a nuestra economía y nuestra riqueza dependerá de otras naciones.
Si Estados Unidos desea seguir siendo un actor en la escena mundial, debemos adoptar una política exterior más humilde y asequible de acuerdo con los consejos de Jefferson. Recordad que fue también Jefferson quien dijo «La paz es nuestro interés más importante, así como recuperarnos de la deuda»: dos intereses que, como país, al desempeñar nuestra política exterior, hemos ignorado tontamente.
Mientras el invierno se desvanece y el sol se eleva en el cielo, la luz del día se está echando encima de la defectuosa política exterior de EEUU. La bola de nieve del imperio finalmente se está parando con un frenazo sonoro y pronto ningún actor internacional podrá seguir empujándola.
Incluso aquellos que se mantuvieron en la ignorancia durante muchos años están empezando a reconocer la verdad. ¿Será capaz EEUU de resistir el calor del verano o caminará ignorante a duras penas como si el invierno nunca acabara? Nadie lo sabe con seguridad.
Sólo el tiempo nos dirá si EEUU se mantendrá durante el verano o el otoño únicamente para levantarse en diferente lugar y con diferente forma el próximo invierno.

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