02 marzo, 2012

Guerra encubierta en Irán

Teherán, miércoles 11 de enero, 8.20 h de la mañana. Tráfico denso en el centro de la capital iraní. Una motocicleta se sitúa junto a un Peugeot 405. El pasajero de la moto adosa discretamente una bomba lapa a una puerta del coche; el piloto da gas y la moto toma distancia. Momentos después, el coche estalla. Uno de sus ocupantes, Mostafa Ahmadi Roshan, de 32 años, subdirector de la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz, fallece a resultas de la explosión. Es el quinto científico del programa nuclear iraní asesinado en dos años.


Las autoridades iraníes no tardaron en culpar a Estados Unidos e Israel. Hillary Clinton, secretaria de Estado de EE.UU., desmintió con vehemencia cualquier implicación de su país en este u otros actos similares cometidos en Irán. Pero destacados funcionarios de Israel se expresaron en otro sentido. El portavoz del ejército dijo que no vertería ni una lágrima por el fallecido. Un día antes, el responsable de la Defensa israelí había predicho que en el 2012 pasarían en Irán "cosas no naturales". Este atentado y estas declaraciones, sumados al misterioso ataque en el que hace dos meses falleció el general encargado del programa de misiles iraní, o a asaltos cibernéticos como el que en el 2010 dañó maquinaria nuclear, dan cuerpo a la idea de que se libra una guerra encubierta contra Irán; de que agentes del Mosad sabotean, atentan y asesinan allí. Su objetivo, al igual que el de la presión diplomática o el de las sanciones económicas, es forzar al país de los ayatolás a detener su carrera en pos de la bomba atómica. Esa carrera es la causa de la creciente tensión entre Irán y EE.UU. y enmarca el reciente atentado. Teherán ha amenazado con cerrar el estrecho de Ormuz, por el que pasa el 20% del tráfico petrolero mundial. Y Washington ha dicho que lo reabriría por la fuerza y ha convencido a la Unión Europea para que endurezca sus sanciones a Irán. En tal coyuntura, la guerra encubierta es considerada por observadores occidentales una alternativa plausible a la convencional. Obviamente, es más barata (aunque nos encarece el crudo). Y, si se ejecuta sin dejar huellas, resta base a una posible respuesta del imprevisible régimen de Ahmadineyad y le impide inflamar el sentimiento nacionalista popular.

Otra cosa son las consideraciones éticas, a menudo volátiles entre agentes secretos. Cierto es que EE.UU., Israel o Irán han inspirado a veces el crimen político allende sus fronteras. Pero hay matices. Y los países que se dicen respetuosos con el derecho internacional saben que no es lo mismo el asesinato selectivo de un líder de Al Qaeda que el de un científico nuclear.

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