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El capitalismo es un sistema social
basado en el reconocimiento de los derechos individuales, incluyendo los
derechos de propiedad, en el que toda propiedad es privada.
El reconocimiento de los derechos
individuales implica la prohibición de la fuerza física en las
relaciones humanas: básicamente, los derechos sólo pueden ser violados
por medio de la fuerza. En una sociedad capitalista, ningún individuo o
grupo puede iniciar el uso de la fuerza física contra otros. La única
función del gobierno, en esa sociedad, es la tarea de proteger los
derechos del hombre, es decir, la tarea de protegerlo de la fuerza
física; el gobierno actúa como agente del derecho del hombre a su
defensa propia, y puede usar la fuerza sólo en represalia y sólo contra
aquellos que inician su uso; de esa forma, el gobierno es el medio de
colocar el uso de la fuerza como represalia bajo un control objetivo.
Cuando digo “capitalismo”, me refiero a
un capitalismo total, puro, no controlado, no regulado, un capitalismo
laissez-faire – con separación de Estado y economía, de la misma manera y
por las mismas razones que existe separación de Estado e iglesia.
La justificación moral del capitalismo
no radica en la reclamación altruista de que representa la mejor manera
de alcanzar “el bien común”. Es cierto que el capitalismo hace eso – si
esa frase hecha tuviera algún sentido – pero eso es solamente una
consecuencia secundaria. La justificación moral del capitalismo radica
en el hecho de que es el único sistema consonante con la naturaleza
racional del hombre, que protege la supervivencia del hombre como
hombre, y que su principio rector es: justicia.
…
La acción requerida para sostener la
vida humana es principalmente intelectual: todo lo que necesita el
hombre tiene que ser descubierto por su mente y producido por su
esfuerzo. La producción es la aplicación de la razón al problema de la
supervivencia.
Dado que el conocimiento, el pensamiento
y la acción racional son propiedades del individuo, ya que la opción de
ejercer su facultad racional o no depende del individuo, la
supervivencia del hombre requiere que aquellos que piensan sean dejados
libres de la intrusión de los que no lo hacen. Como los hombres no son
omniscientes ni infalibles, deben ser libres de estar de acuerdo o en
desacuerdo, para cooperar o seguir su curso independiente, cada uno
según su propio juicio racional. La libertad es el requisito fundamental
de la mente del hombre.
…
Es el hecho metafísico básico de la
naturaleza del hombre – la conexión entre su supervivencia y el uso de
su razón – lo que el capitalismo reconoce y protege.
En una sociedad capitalista, todas las
relaciones humanas son voluntarias. Los hombres son libres de cooperar o
no, de tratar unos con otros o no, según determinen sus propios juicios
individuales, convicciones y sus intereses. Ellos pueden tratar unos
con otros sólo en términos de y por medio de la razón, es decir, por
medio de diálogo, persuasión y acuerdo contractual, por la decisión
voluntaria en beneficio mutuo. El derecho a estar de acuerdo con otros
no es un problema en cualquier sociedad, es el derecho a disentir que es
crucial. Es la institución de la propiedad privada lo que protege y
pone en práctica el derecho a disentir – y mantiene así el camino
abierto al atributo más valioso del hombre (valioso personal, social y
objetivamente): la mente creativa.
…
El carácter de un sistema social tiene
que ser definido y evaluado en referencia a la filosofía.
Correspondiendo a las cuatro ramas de la filosofía, los cuatro pilares
del capitalismo son: metafísica – los requerimientos de la naturaleza y
la supervivencia del hombre; epistemología – la razón; ética – los
derechos individuales; política – la libertad.
El capitalismo exige lo mejor de cada
hombre – su racionalidad – y le premia de acuerdo con ello. Deja que
cada hombre elija libremente el trabajo que le gusta, para
especializarse en él, para intercambiar su producto por el productos de
otros, y para llegar tan lejos en el camino al logro cuanto su capacidad
y ambición le permitan. Su éxito depende del valor objetivo de su
trabajo y de la racionalidad de los que reconocen ese valor. Cuando los
hombres son libres de comerciar, con la razón y la realidad como su
único árbitro, cuando ningún hombre puede utilizar la fuerza física para
arrancar el consentimiento de otro, es el mejor producto y el mejor
raciocinio el que gana en cada ámbito de la actividad humana, elevando
el nivel de vida – y de pensamiento – cada vez más alto para todos
aquellos que participan en la actividad productiva de la humanidad.
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