15 marzo, 2012

Argentina: La agresividad del gobierno es proporcional a sus problemas

Por Sergio Crivelli

La Prensa, Buenos Aires
Ni siquiera en los primeros tiempos de Néstor Kirchner, cuando a todos sorprendía el clima de "crispación" artificialmente impuesto desde el poder y los conflictos abiertos con casi todos los sectores, se vió tanto ánimo beligerante.
Funcionarios como Florencio Randazzo, Julio De Vido o Gabriel Mariotto aparecen en la escena pública más ligados a la diatriba que a su función institucional. Amenazan con dejar a Aníbal Fernández a la altura de un cuáquero.

La presidenta Cristina Fernández tampoco deja pasar una cámara sin fustigar a sus enemigos inventados o reales, "corporativos" o políticos. La euforia del 54% se transformó, intempestivamente, en ira verbal o medidas coercitivas.
Todo empezó con la tensión generada por el ajuste o "sintonía fina" -subsidios, tarifas, etcétera- pero se agudizó con la masacre de Once, un duro golpe que tiene obnubilados a los funcionarios de Planeamiento. Juan Pablo Schiavi tuvo que renunciar después del lamentable papel a propósito del choque, no sólo por la responsabilidad que puede asignarle la Justicia, sino también por declaraciones desafortunadas como aquella de que si los frenos hubieran fallado un domingo el número de víctimas se hubiese reducido.
El jueves pasado, al despedirlo envuelto en elogios incomprensibles, su jefe Julio De Vido alumbró otro aforismo que hará carrera con seguridad: "nunca se contabilizan las muertes que no se producen". El síndrome del Once sigue produciendo estragos y desorientación del discurso oficial. El ministro pretende desligarse del sangriento suceso, pero con su insistencia en encontrar excusas inverosímiles sólo empeora la situación.
Otro episodio negativo es el escándalo por presunto tráfico de influencias de Amado Boudou. Un hecho poco claro en el que cada día se enreda más. Al principio Boudou intentó dar la callada por respuesta, pero finalmente tuvo que enfrentar las denuncias en su contra porque si persistía en el silencio a la espera de que todo pasara iba a terminar salpicando la imagen presidencial.
Escándalos y tragedias aparte el problema de fondo es económico. Esa es la causa de todos los padecimientos de la presidenta y de la agresividad de los funcionarios. En el Congreso tuvo que ser blanqueada la necesidad de financiar al Tesoro con reservas del Banco Central hasta límites preocupantes. La presidenta había prometido no hacer "zafarranchos" pero su proyecto para usar las reservas en el pago de la deuda da una idea poco tranquilizadora del agujero fiscal que se avecina.
Ante los diputados la presidenta del Central, Mercedes Marcó del Pont no pudo resulta más elocuente: era el uso de reservas para pagar deuda público o un ajuste homérico del gasto público. En pocas palabras el kirchnerismo eligió fugar para adelante.
Capítulo aparte merece la ofensiva contra Mauricio Macri. A medida que la agenda pública comenzó a colmarse de asuntos desagradables, hubo un primer intento del gobierno de desviar la atención apelando a la reinvindicación de Malvinas y las denuncias contra Gran Bretaña.
La maniobra duró poco, porque la respuesta extraoficial del Foreign Office fue clara: si había medidas comerciales en su contra la presidenta corría el riesgo de perder su lugar en el G 20. Bruscamente la ofensiva verbal en torno a Malvinas enmudeció.
En su reemplazo fue instalada una ofensiva de hecho contra el jefe de gobierno porteño a quien no sólo le quieren pasar el servicio de subterráneos con la mitad del subsidio , sino también le quieren pasar 33 líneas de colectivos que consumen mil millones de pesos en subsidios. Como la ciudad no cuenta con esos recursos el precio del pasaje llegaría a los 4 pesos.
Con esa estrategia el gobierno mata dos pájaros de un tiro. Por un lado reduce el gasto -aunque el agujero negro son los subsidios energéticos y no los del transporte- y por el otro desgasta a Macri que primero intentó hacer como si nada pasara y más tarde proyectó la triste imagen pasiva de un dirigente resignado y sin respuesta.
En el medio de la disputa quedaron los porteños que ven con asombro como el jefe de gobierno que votaron masivamente es vapuleado por funcionarios de segunda categoría. Guiado por las encuestas, Macri cree que imitando a Gandhi ganará el apoyo de la mayoría de los votantes. Pero ese razonamiento no toma en cuenta que la política no es una cuestión de marketing, sino de liderazgo.

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