Asfixiar a la Europa Mediterránea sólo puede traer miseria a Alemania,
Francia y la Humanidad. Se están viviendo nuevamente errores de hace un
siglo.
CARLOS GOEEDER
Las condiciones draconianas que están
imponiendo Bruselas y Berlín tanto a Grecia como España sólo pueden
traer desgracia. Careciendo de la visión propia de estadistas, los
señores Merkel, Sarkozy y Draghi están generando las causas para
disolver el orden europeo vigente. Se ha fracasado en crear una Europa
la cual funcione a la misma velocidad, siendo que persisten diferencias
entre Alemania, Francia y los países escandinavos respecto a Grecia,
Portugal, Italia y España. Ahora bien, lejos de aprovecharse esta crisis
actual para armonizar enfoques fiscales, normas institucionales e
infundir vigor al proyecto paneuropeo, se está acudiendo a medidas
políticas hechas bajo la mezquindad y el recelo.
El enfoque de las autoridades europeas respecto a las naciones
mediterráneas está lleno de puritanismo y es punitivo. En primer
término, se aplica una lógica propia de mercader y avaro del Siglo XIX:
el que malbarata dinero es malo; el único mérito es abstenerse del
consumo inmediato y el placer. Tal consejo tendrá dosis de aplicación
para individuos – si bien los extremos del derroche y la mezquindad son
malos -, mas difícilmente vale para sociedades. Los germanos se creen
virtuosos y consideran que todos los demás pueblos al Sur europeo están
en permanente fiesta. Tal simplificación, cargada de preconceptos sobre
raza y cultura, es incompatible con grandes miras.
Es especialmente infeliz porque el supuesto derroche de las naciones
mediterráneas fue en productos alemanes; la industria alemana se sostuvo
en gran medida y prosperó por los déficits en cuenta corriente por
importaciones en naciones como la española.
Siguiente asunto: la estabilidad monetaria del euro fue herida por
tres grandes errores políticos: primero, unos tipos de interés muy
laxos, los cuales propiciaron una burbuja de endeudamiento, lo cual ha
ocurrido también en EEUU; el sector privado y los gobiernos europeo se
han apalancado demasiado y tienen que empezar a rebajar su deuda, lo
cual tiene dolorosas consecuencias en el consumo privado y gasto
público, ralentizando al mismo tiempo inversiones; siguiente error: una
política de supervisión bancaria inapropiada, siendo que se ha ido ahora
a un extremo de sequía crediticia penoso; por último, Francia y
Alemania fueron los primeros en saltarse a la torera el límite de 3% en
el déficit público respecto al PIB, dando un mal ejemplo para los otros
gobiernos europeos.
La mezquindad ha conducido a que se diste de dar un apoyo mancomunado
europeo a las economías más débiles, mediante mecanismos que
garanticen el precio en la deuda correspondiente a estos últimos y
transmitan al mundo inversor una sensación de seguridad. Se ha
considerado que Grecia y Portugal son economías pequeñas, por lo cual
dista de ser relevante si siguen con el euro o no. Se ha dejado de tener
en cuenta el impacto que tendrá para todo el sector bancario europeo y
los inversionistas internacionales el hacer rebajas unilaterales en los
importes que debe Grecia; la quita más reciente, cercana a la mitad que
tiene el valor nominal de esa deuda, es un castigo más en esta receta
según la cual se debe impartir un ejemplarizante reparo a los griegos,
sin tener en cuenta que hay inversión extranjera fuerte en bonos
griegos. Súmase a todo esto que se está estrangulando al sector público,
creyendo que sangrientos ajustes tienen que añadirse a la virtuosa
austeridad; los funcionarios griegos tienen que cobrar 20% menos, el
gasto público español tiene que rebajarse en 40.000 millones de euros,
todos tienen que aprender y para nada importa que se perjudique los
servicios públicos, a la población más humilde… Nada cuenta más que
transformar a los derrochadores mediterráneos a la ética de los
modélicos alemanes. Recortes, renuncias, sacrificio… Alemania ha ganado
la guerra económica de la competitividad; el resto de Europa tiene que
acatar ahora las normas alemanas o simplemente salirse del Euro. Es más,
parece haber una secreta complacencia en que Grecia abandone el euro. Y
es más, cualquiera que sepa tres lecciones de economía se dará cuenta
que la tentación de volver a ser competitivo devaluando y rebajar el
valor real en las deudas mediante inflación y bancarrota declarada son
inmediatas para Grecia. ¡Grecia, cuna de la democracia, de esos valores
occidentales sobre los que muchos presumen! Y ahora el próximo sobre
quien debe aplicarse la lección es España, la cual se está postrando
ante unos planteamientos que supuestamente son inexorables y necesarios
para seguir teniendo el privilegio de pertenecer al euro. Es un enfoque
de suma cero. Alemania cree que ganará con la desmembración del euro y
teme el coste político interno si vende a los votantes alemanes una
disposición a apoyar al Sur Europeo. La miopía es sorprendente. Este
proceder está sacando lo peor en los pueblos europeos, está engendrando
las raíces para movimientos radicales, propicia la agitación social e
invita a que nuevamente la zona más conflictiva en la historia mundial,
precisamente Europa, vuelva a alzar banderas beligerantes, divisionistas
y se abandone el proyecto para sostener el mayor bloque económico
mundial. El fracaso en el euro será la mayor desgracia para Europa.
Quizás Grecia y Portugal les parezcan pequeñas a Alemania y Francia, mas
la invitación a que España e Italia también sean estranguladas es
suicida. El 64% de lo que exporta Alemania va a la Europa de los 27; el
15% de lo que importa España es alemán y el 12% es francés; en el caso
griego, el 13% importado es germano; el cuarto mayor destino de
exportaciones alemán es Italia. En la aritmética del mercader alemán
está que Francia, EEUU y Reino Unido son, individualmente, los mayores
compradores alemanes, mas en conjunto llegan apenas a un 25% de las
exportaciones teutonas y es muy debatible si al mundo anglosajón le
interesa una Alemania fuerte.
Un artículo reciente de Philip Stephens en el Financial Times es
iluminador sobre cómo Europa ha olvidado los lazos culturales,
deontológicos y estratégicos tan estrechos que la unen y parece que
ningún político europeo capta que el colapso en la Eurozona puede
significar el final en una Era. Stephens concluye su artículo – “Europe
says goodbye to solidarity” (Europa dice adiós a la solidaridad)- así:
“Hasta el momento la solidaridad que ha sido evidente en la crisis
euro, ha sido la transaccional de suma cero – los países acreedores sólo
harán esto si los deudores hacen aquello. Se podría decir que esto es
mejor que no hacer nada. Hasta el momento ha mantenido el espectáculo
vivo. Mas nunca explicará apropiadamente porque los contribuyentes del
Norte tienen que pagar las deudas del Sur o el porqué los sureños tienen
que ver las dolorosas reformas como un castigo en lugar de cómo una
oportunidad. Esto requiere otro tipo de solidaridad”.
Toda esta crisis podría ser transformada en una oportunidad para que
el Sur europeo se haga más competitivo, más prudente fiscalmente,
adquiera más iniciativa privada y dinamice su mercado laboral, sus
burocracias y sus instituciones. Mas parece que en las cuentas de los
líderes europeos sólo hay la mentalidad de un tendero o un banquero del
Siglo XIX, cargado, insisto, con xenofobia, chovinismo y retaliación.
Alemania estuvo en otras condiciones hace un siglo. Cobra valor hacer
la crónica de cómo se la trató cuando perdió la Primera Guerra Mundial.
Aquello puede sonar lejano, porque se trataba de un asunto bélico. Mas
lo cierto es que actualmente Alemania ha triunfado en la guerra
económica de la competitividad y quiere imponer una “Paz de Bruselas y
Berlín” tan torpe como el Tratado de Versalles impuesto sobre germanos y
austríacos en 1918.
El economista John Maynard Keynes (1883-1946) tiende a ser asociado
con el gasto fiscal excesivo y la inflación. Tal es una visión limitada.
En cualquier caso, el salto a la fama de Keynes se da en 1919, cuando
denuncia ante el mundo los errores en el Tratado de Versalles. El
economista británico defiende a las vilipendiadas Alemania y al
escindido Imperio Austro-Húngaro, a los cuales las potencias vencedoras
imponen unas reparaciones de guerra tan costosas que conducirían a una
Segunda Guerra Mundial en apenas veinte años. El Tratado de Versalles
generó la hiperinflación alemana y sembró las raíces para Hitler, el
nazismo y sus trágicas consecuencias sobre la Humanidad.
El documento en que Keynes denuncia la pequeñez de burócratas y
políticos guiados por la venganza es “Las Consecuencias Económicas de la
Paz”. Cualquier enemigo de los políticos miopes y cualquier paneuropeo
habría de añadir este texto a su biblioteca. Uso una edición de 1991
hecha en castellano por Editorial Crítica. Muchas secciones de la obra
aplican para la actualidad. Esta tríada de párrafos es fundamental y en
ellos comprende Keynes el peligro en la ruinosa rendición impuesta en su
día a los alemanes:
“Si la guerra civil europea [así llama Keynes a la Primera Guerra
Mundial] ha de acabar en que Francia e Italia abusen de su poder,
momentáneamente victorioso, para destruir a Alemania y Austria-Hungría,
ahora postradas, provocará su propia destrucción; tan profunda e
inextricable es la compenetración con sus víctimas por los más ocultos
lazos psíquicos y económicos”.
“En la Europa continental, la tierra se levanta (…). Se trata de las pavorosas convulsiones de una civilización agonizante”.
“Movido por ilusión insana y egoísmo sin aprensión, el pueblo alemán
subvirtió [en 1914] los cimientos sobre los que todos vivíamos y
edificábamos. Pero los voceros de los pueblos francés e inglés han
corrido el riesgo de completar la ruina que Alemania inició por una paz
que, si se lleva a efecto, destrozará para lo sucesivo – pudiendo
haberla restaurado – la delicada y complicada organización –ya alterada y
rota por la guerra –, única mediante la cual podrían los pueblos
europeos servir su destino y vivir”.
La época entre 1870 y 1914 consolidó la industrialización alemana y
generó una internacionalización o globalización que se resquebrajaron
con una Guerra que destrozó el orden mundial. Ahora en 2012, Alemania,
nuevamente potencia industrial, pretende hacer retroceder las ventajas
creadas por el euro para integrar Europa, los canales para integrar
institucionalmente al Viejo Continente y se opta por alentar la
convulsión social y la autarquía en una época que ya es conocida como la
Gran Recesión.
El aislacionismo inglés ya existía en 1919 y sigue siendo una premisa.
La ruina de Europa Continental suena a Gran Bretaña como asunto ajeno,
lejano y hasta ventajoso.
Keynes señala en su obra: “Inglaterra sigue siempre fuera de Europa.
Los quejidos apagados de Europa no llegan a ella”. Y en su defensa de
las naciones derrotadas Keynes muestra su voluntad paneuropeísta; señala
que su libro ha sido escrito “por alguien que aún siendo inglés, se
siente europeo”.
Quizás el retrato más brutal realizado por Keynes sobre la pequeñez
de miras y el enfoque punitivo como políticas correspondan al primer
ministro francés, Georges Clemenceau (1841-1929). Esta es la crítica que
dirige Keynes hacia el hombre que lideró el vergonzoso Tratado de
Versalles:
“Esta es la política de un viejo cuyas sensaciones y cuyas imágenes
más vivas pertenecen al pasado y no al porvenir. Él no ve en esta
empresa más que en cuanto afecta a Francia y Alemania, no en cuanto
afecta a la Humanidad y a la civilización europea, en lucha por un nuevo
orden de cosas. La guerra ha mordido en su conciencia en forma distinta
a la nuestra: él no se apercibe, ni desea, que estemos en el dintel de
una nueva era”.
Y prosigue así el retrato sobre tan terrible enemigo para la paz europea:
“Sentía respecto de Francia lo que Pericles de Atenas: lo único que
valía la pena estaba en ella; lo demás no tenía ningún interés (…) Tenía
una ilusión: Francia; y una desilusión: la Humanidad, incluyendo los
franceses (...) En primer lugar es un creyente decidido en aquel
concepto de la psicología alemana, según la cual el alemán no comprende
ni puede comprender nada más que la intimidación; que no tiene
generosidad ni remordimiento en los tratos; que hay ventaja que no sea
capaz de utilizar, y que por su provecho se rebajará a todo; que no
tiene orgullo ni piedad. Por tanto, no se debe tratar nunca con un
alemán ni conciliarse con él; se le debe mandar. De otro modo no os
respetará ni impediréis que os engañe. Pero es difícil pensar hasta qué
punto pensaba él que estas características eran exclusivas de
Alemania…”.
¿Será que gente como Clemenceau es la que ahora desea someter a
Grecia, Italia, España y Portugal? El mundo asistió a un era dorada
entre 1870 y 1914 que, según Keynes, destruyeron “los propósitos y la
política del militarismo e imperialismo, las rivalidades de razas y de
cultura, los monopolios, las restricciones y los privilegios…”. Sería
una pena que Merkel, Sarkozy y Draghi pasen a la historia humana como
los destructores de una era dorada europea entre 1989 y 2012 que sí
crearon verdaderos estadistas como Helmut Kohl, François Mitterand y
Felipe González, quienes, con todos sus escándalos y limitaciones, sí
entendieron la importancia de una auténtica Unión Europea.
Ir como oveja al matadero en Bruselas y Berlín sería una auténtica
torpeza para Rajoy, en su flamante papel como premier español. Sólo la
habilidad política, el ingenio, la tenacidad y la verdadera arte para
negociar evitarán que España claudique ante una lógica destructiva
aplicada de manera inmisericorde a una nación cuya modernización debe
mucho al euro y en la cual ya hay voces innumerables clamando
desesperadas, cuyos oídos pueden tentarse ante demagogos, nacionalistas e
irresponsables de la peor laya.
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