17 febrero, 2012

Dos caminos

Two_waysPor Manuel Hinds
Hay en la mentalidad latinoamericana una idea de que el progreso social está asociado con revoluciones, guerras y confrontación en general. Esta idea está ligada con la impresión que a uno le queda cuando de niño estudia la historia europea de que la democracia y el respeto a los derechos individuales comenzaron con la Revolución Francesa, que, en una explosión de odios y terror, destruyó el Antiguo Régimen monárquico autocrático e instauró el régimen democrático en Francia y, a través de Napoleón, en Europa entera. La historia, sin embargo, no fue así. La Revolución Francesa fue un estertor, y no uno de los últimos, en la larga agonía del Antiguo Régimen. No creó la democracia. Esta tardó mucho en llegar a Francia mientras se desarrollaba en otros lugares.

La Primera República fue efímera. Lo que después de la violencia y el terror sustituyó al Rey absolutista fue un Emperador absolutista, Napoleón I. Luego vino el Rey Luis XVIII (1814-1824), y después de él el Rey Carlos X, que fue derrocado en 1830. Su sucesor fue otro rey absoluto, Luis Felipe de Orleans, que reinó de 1830 hasta que fue derrocado en 1848. La revolución que lo botó instaló la Segunda República y llamó a elecciones para presidente. El ganador fue Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del Emperador Napoleón I, que muy rápidamente se proclamó como el Emperador Napoleón III. Reinó hasta 1870, año en el que se metió en una guerra con Prusia y los otros estados alemanes (Alemania no existía como país sino como una colección de estados).
Derrotado por ellos, Napoleón huyó a Inglaterra y fue depuesto por la Tercera República, que se quedó defendiendo la capital contra los alemanes. Estos llegaron hasta el Palacio de Versalles, en donde, mientras bombardeaban París con enormes cañones Krupp, fundaron Alemania, uniendo a todos los estados alemanes en un solo imperio bajo el rey de Prusia.
Mientras tanto, grupos radicales tomaron control de la Comuna de París e instauraron un régimen de terror, que hizo palidecer al que había existido durante la revolución. Con ayuda de los alemanes, los realistas franceses retomaron París en un evento terriblemente sangriento. La carnicería fue tal que el país decidió pedir perdón a Dios, construyendo la iglesia del Sagrado Corazón, que ahora está en Montmartre. Fue hasta entonces, en 1871, que la democracia se instaló en Francia, ochenta y dos años después de que supuestamente la Revolución había abierto la puerta para ella. Le tomó a Francia casi un siglo de sangrientas luchas el arribar a la democracia y la paz social.
Otras revoluciones violentas han tenido resultados peores: La Revolución Rusa de 1917, que creó la terrible tiranía de la Unión Soviética; la Revolución Alemana de 1918, que derramó mucha sangre y que creó los grupos de los cuales se formó después el nazismo; la Revolución Cubana, y tantas otras revoluciones comunistas que sólo llevaron a la destrucción y la tiranía.
Del otro lado del Canal de la Mancha está otro país, en el que la democracia y la industria se fueron desarrollando en paz, gradualmente. El ambiente de libertad en la liberal Inglaterra era tal que ofrecía asilo a los sediciosos que eran perseguidos en toda Europa, porque armaban revoluciones en todos los países a los que llegaban. El público inglés, libre, respetuoso de las diferencias de opinión y desconfiado de los que ofrecían paraísos, no les hacía caso. Uno de estos refugiados, Carlos Marx, vivió apaciblemente en Londres, después de haber sido perseguido como rata en el continente y escribió su obra más conocida, El Capital, en la biblioteca del Museo Británico. Este otro camino, el de la libertad y la paz, era más seguro y dio frutos más rápidamente que la confrontación y la violencia.
La lección de la historia es, pues, muy clara. Busquemos en paz nuestro camino democrático para hallarlo más pronto.

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