27 febrero, 2012

Argentina: Omnipotencia – por Vicente Massot & Agustín Monteverde


Nada cambiará demasiado en los próximos meses en nuestro país. No hay razones de ninguna naturaleza como para imaginar siquiera la posibilidad de una modificación del rumbo político que incluye, por supuesto, otros aspectos de la realidad —el económico y el social— a los cuales siempre es necesario tener en cuenta.
Aun cuando a los defensores del modelo vigente esta aseveración les resulte enojosa y la reputen de antojadiza, lo cierto es que el éxito kirchnerista debe reconocerse tributario de la Diosa Soja y de la estabilidad brasileña. El precio de aquélla —que en algún momento amenazó bajar a menos de U$ 400 la tonelada— está de nuevo orillando los U$ 475, y en cuanto al gigante vecino su moneda luce fuerte.


Con semejantes pilares, la arquitectura oficialista acredita solidez. No es que le sobren divisas o que, de buenas a primeras, haya resuelto los problemas energéticos generados por su propia irracionalidad, para hacer mención, apenas de pasada, dos de los flancos más vulnerables de la administración de Cristina Kirchner. Pero aun colocando en la balanza los cuellos de botella que seguramente deba enfrentar en el curso del año, el gobierno tiene todavía más fortalezas que debilidades. Sería distinto si se derrumbasen los valores de los commodities agrícolas o se enfriase fuerte la marcha de la locomotora brasileña. Como ello no pareciera suceder en lo inmediato, el kirchnerismo gozaría de buena salud.
¿Y el ajuste que se nos viene encima de manera inevitable; y la toma ostensible de distancias por parte de Hugo Moyano; y los gestos —tímidos, es verdad, aunque inocultables al propio tiempo— de Scioli tratando de poner límites a las insolencias de Mariotto y de sus mandantes, no significan nada? —Transparentan dos realidades: de un lado, el hecho de que estamos lejos del paraíso y que, luego de ocho largos años de abundancia, ahora debemos soportar —nadie sabe cuántos— años de escasez; del otro, que en el peronismo hay fuerzas agazapadas y dispuestas a hacerse valer en el momento oportuno. En resumidas cuentas, no todo anda bien y no todo el justicialismo —por lo que valga— se halla alineado, como un solo hombre, detrás de la presidente.
De atenernos a lo dicho salta a la vista una situación paradojal, que es la siguiente: cuando debe —por primera vez desde el momento en que tomó las riendas del país— hacer un ajuste al cual se resistió y carece de los recursos que le sobraron, al menos, entre 2003 y 2010, el kirchnerismo políticamente demuestra tener una fortaleza envidiable.
Coinciden, pues, la necesidad de la sintonía fina, cuyas consecuencias de carácter social no son nunca indoloras, con un poder y una capacidad de ejercerlo en tiempo y forma, intactos.
Es más, las encuestas serias ponen de manifiesto que, aun con la perspectiva —para muchos sombría— de un ajuste en puerta, la popularidad de la presidente sigue en alza. Como también la de Daniel Scioli —que en punto a imagen positiva no le pierde pisada a la viuda de Kirchner. Alguien podría argumentar, no sin razón, que es al menos prematuro tomar los relevamientos hechos acerca de la presidente —que la muestran en su mejor forma— cuando todavía no se han abatido sobre la población los efectos más duros del ajuste. Claro que —podrían replicar las usinas gubernamentales— no es poca cosa rozar 60% de popularidad en medio de los anuncios sobre un achicamiento general de la economía que no tiene vuelta.
No resulta una simple conjetura decir que el kirchnerismo se siente y se sabe fuerte mientras el arco opositor se siente y se sabe débil. Es una realidad y nada lo demuestra mejor que la actitud de Guillermo Moreno. En las últimas semanas se ha permitido cargar, sin misericordia, contra Amado Boudou, Julio De Vido y Débora Giorgi, prescindiendo de las sutilezas que cualquiera en su lugar utilizaría para atemperar las críticas enderezadas a expensas de sus pares.
Un ex–ministro de Eduardo Duhalde que, desde las esferas empresarias, hoy pasa por tener la mejor llegada a la presidente y al todopoderoso secretario de Comercio, se mostró entre sorprendido y preocupado por la crudeza con la cual Moreno se había pronunciado, en una reunión que habían mantenido a solas, respecto de los funcionarios mencionados.
Nadie que no fuera un irresponsable o un suicida se referiría despectivamente a sus iguales, si el horizonte se presentase con nubarrones. Pelearse con su propio ejército es la señal más diáfana de hasta dónde al kirchnerismo duro lo tienen sin cuidado sus adversarios o enemigos.
Guillermo Moreno habla, delante de los empresarios, pestes respecto de Giorgi, Boudou y De Vido; no porque no mida los riesgos de una acción por el estilo sino porque considera que esos riesgos lisa y llanamente no existen.
Vista la situación hoy, el gobierno hace cuanto le viene en gana mirando de soslayo a un arco opositor que se debate en su impotencia y ha quedado reducido —vaya a saber hasta cuándo— al silencio o al papel de comentarista de la actualidad política. La falta de protagonismo y de inteligencia estratégica que caracteriza a sus principales figuras contrasta de manera acabada con la suficiencia de la presidente y de su escudero predilecto.
Aun asumiendo el riesgo de pecar por cierto grado de reduccionismo, en la Argentina política sólo cuentan Cristina Fernández y Guillermo Moreno. Los demás son cartón pintado. Hasta la próxima semana.

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