11 enero, 2012

Thomas Sargent en Chile: el concierto racional del último Premio Nobel

Análisis & Opinión

Carlos Tromben

Carlos Tromben es editor ejecutivo de la edición internacional de AméricaEconomía.

No deja de ser una experiencia desconcertante sentarse junto a unos desconocidos, en una mesa casi a oscuras, a las nueve en punto de la mañana, delante de una taza de café y un vaso de jugo de naranja. Es como estar en una suerte de concierto o desfile de modas, con luces, cámaras y pantallas gigantes, solo que en el podio no caminan modelos ni músicos famosos, sino un Premio Nobel de economía. El último Premio Nobel de economía.


Thomas Sargent es para muchos un verdadero ídolo. Junto a Robert Lucas (Nobel 1995) fue uno de los creadores de la llamada “revolución de las expectativas racionales”, cuya premisa fundamental es que los actores económicos anticipan los cambios en las políticas públicas.
Con un arsenal matemático y econométrico digno de la Guerra Fría, Sargent acuñó la idea de que los gobiernos no pueden manipular los mercados mediante “trucos” como reducir el desempleo mediante una política monetaria expansiva, pues los actores “racionalmente” anticiparán una mayor inflación y exigirán mayores salarios y mayores retornos a las inversiones. Sargent estaría, por tanto, en la trinchera opuesta a Paul Krugman, crítico feroz de la macroeconomía hipermatemática y probabilística de la que Sargent es uno de los adalides.
¿Se puede creer, a la luz de lo ocurrido desde 2008, que los activos financieros se valorizan de acuerdo a expectativas racionales? En una durísima columna de opinión publicada por el Financial Times en octubre pasado, cuando se anunció el Premio Nobel de Sargent, John Kay señaló que “las expectativas racionales fallan por las mismas razones que falló el comunismo: la arrogancia e ignorancia del que ejerce el monopolio”.
Thomas J. Sargent ganó el último premio nobel de Economía en momentos en que sus teorías sobre la racionalidad de los actores económicos es objeto de fuertes críticas. Sin embargo, ante un auditorio de unas 200 personas en Santiago de Chile sorprendió con su mirada histórico-financiera.
Pero Sargent desafía los estereotipos. No ha venido a defender la teoría, sino a intentar explicar la crisis europea actual. Y abre su exposición con una serie de preguntas pertinentes: ¿pueden los gobiernos defaultear? ¿Deben los Estados grandes salvar a los chicos? ¿Qué es primero? ¿La Unión Monetario o la Unión Fiscal? Y las respuestas no las extrae de ninguna de sus complicadísimas fórmulas, sino… ¡de la historia estadounidense!
Sargent recuerda que, en 1781, existían en Norteamérica 13 estados soberanos, con sus propias políticas fiscales y un estado federal con atribuciones mínimas y básicamente militares. En ausencia de una unión fiscal existía una unión monetaria de facto con España, cuyas monedas de plata constituían el circulante más aceptado de la joven nación.
Pero los costos de la guerra y el caos administrativo precipitaron a las 13 ex colonias a la bancarrota y al default, amenazando su incipiente reputación financiera internacional. Tal como la actual Europa de los 15, la Norteamérica de los 13 vio subir exponencialmente su prima de riesgo de sus papeles. ¿La respuesta? Nacionalizar las deudas de los estados y quitarles toda la soberanía tributaria (en aquel entonces la única fuente de ingresos fiscales eran las aduanas). Fue la labor del primer secretario del Tesoro, Alexander Hamilton. Y Sargent lo dice con claridad: Europa debiera hacer lo mismo que hizo EE.UU. en 1790: alinear los intereses del estado federal con los de sus acreedores. “El plan de Hamilton fue criticado en su época por injusto, pero no era cuestión de justicia, sino de credibilidad”, dice Sargent.
Que no se crea, sin embargo, que este economista crítico de las políticas de Barack Obama es un ingenuo en política. Al concluir recuerda que Hamilton tenía un escenario mucho más propicio que el de cualquier político europeo de hoy: “no votaban los esclavos ni las mujeres, ni los blancos pobres”. Gran punto.

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