11 enero, 2012

México: los candidatos y su cultura

Análisis & Opinión

Manuel Suárez-Mier

Autor de la célebre columna diaria "Aquelarre Económico", en El Economista (México), y hace comentarios editoriales semanales en Hechos de la Noche de TV Azteca y en el noticiario matutino de Radio 13. Es colaborador editorial del Wall Street Journal y comentarista en CNN. Con anterioridad fue: asesor principal de la Junta de Gobierno del Banco de México; ministro para Asuntos Económicos de la Embajada de México en Washington. Estudió Economía en la UNAM y en la Universidad de Chicago dónde recibió la maestría y la candidatura al doctorado.


La comentocracia se le ha ido a la yugular a Enrique Peña Nieto por el cobre que sacó a relucir en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara cuando, ante la predecible pregunta de cuáles eran los tres textos que más lo habían marcado en su vida, confundió autores y títulos, y mostró que no estaba preparado para responder.
Las redes sociales han magnificado el tropezón del aspirante priísta a la presidencia de la República con una saña que encuentro notable, por lo que es de la mayor importancia para el éxito de su candidatura evitar que en el desempeño de su campaña vuelvan a ocurrir errores como el que comentamos.
Lo que pretendo hacer hoy es más bien una valoración de la calidad cultural de los otros aspirante presidenciales y explorar la cuestión más general de qué tan importante es que los dirigentes políticos de los países sean gente culta y bien leída para el buen desempeño de los gobiernos por ellos encabezados.
La pobreza cultural de Andrés Manuel López Obrador quien, independientemente de su pésima calidad ha escrito más libros de los que ha leído, es patente en la inopia de su sintaxis y en las muchas faltas de ortografía en su hablar. Su cultura es del nivel de libro de texto gratuito de primaria al citar las obras de los héroes patrios, y ocurrencias como decir que su único libro era la Constitución, no pasan de ser eso.
Las virtudes que suelen acompañar a un dirigente político apto, capaz de ejercer un buen gobierno, no necesariamente incluyen tener una sólida formación cultural, sino en saber rodearse de los expertos en las distintas áreas que requiere una buena administración pública...
La precandidata panista más popular, Josefina Vázquez Mota, hace años escribió un libro de autoayuda con el peculiar título Dios mío hazme viuda por favor, que confieso no haber leído; fue por muchos años colaboradora editorial de El Economista, al igual que yo, tratando asuntos económicos y políticos a un buen nivel, y es la única de los aspirantes presidenciales a quien me encontrado personalmente en una librería.
Yendo al argumento central de si una amplia cultura en los dirigentes de países hace que sus gobiernos sean mejores, no puedo dejar de pensar en José López Portillo, sin duda uno de los presidentes más leídos que ha tenido México, cuyo pésimo gobierno condujo al país al despeñadero que culminó con la crisis de la deuda de 1982, la devaluación del peso, la expropiación de la banca y a la quiebra del país.
Las virtudes que suelen acompañar a un dirigente político apto, capaz de ejercer un buen gobierno, no necesariamente incluyen tener una sólida formación cultural, sino en saber rodearse de los expertos en las distintas áreas que requiere una buena administración pública, empezando por el buen manejo de las finanzas públicas.
Nadie podrá acusar a Vicente Fox de ser un hombre culto, pero su decisión de nombrar a Francisco Gil Díaz como Secretario de Hacienda y haberlo apoyado sistemáticamente en sus esfuerzos por manejar el erario con sensatez y mesura, a pesar de las muchas presiones de otros funcionarios y áreas del gobierno por gastar más, fueron esenciales para alcanzar la estabilidad económica del país.
Si llevamos nuestra indagación sobre el vínculo entre una cultura amplia y un buen liderazgo político al ámbito internacional, tampoco queda claro que se puedan hacer generalizaciones tajantes. Ha habido extraordinarios dirigentes como Winston Churchill, primer ministro del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial, cuya amplia cultura le ganó un Premio Nobel en literatura.
Sin embargo, otros mandatarios cultos como Woodrow Wilson, presidente de EE.UU. entre 1913 y 1921, y posiblemente el mandatario más erudito que ha tenido ese país en su historia, fue uno de sus peores dirigentes al empujar un populismo galopante con esa ilusión que caracteriza a las élites “progresistas” que creen que los gobiernos deben dedicarse a la ingeniería social para cambiar a los individuos.
Wilson, quien había sido rector de la Universidad de Princeton, era racista y enemigo de los inmigrantes, a quienes amenazó con aplastar, además de jingoísta y acérrimo enemigo de las libertades civiles. Entre sus más notables pifias se encuentran la Ley anti sedición de 1918 que criminalizó las críticas a su gobierno (¡!); el Tratado de Versalles que generó las condiciones que llevarían a la Segunda Guerra Mundial y la Prohibición, uno de los capítulos más obscuros y sórdidos de la historia de EE.UU.
Que los líderes nacionales sean personas de amplia cultura, no necesariamente los dota de las virtudes para realizar un buen gobierno, por lo que parece de la mayor importancia definir qué características o virtudes son las esenciales para un dirigente político exitoso.

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