27 enero, 2012

Lo privado, lo público, lo secreto

Jorge Fernández Menéndez
Gabriel García Márquez dice que todos tenemos una vida pública, una vida privada y una secreta. Que la primera es abierta, que parte de la segunda debe serlo y que la secreta es de la absoluta intimidad de cada uno de nosotros. Estoy de acuerdo. También estoy de acuerdo en que la vida privada (y más aún la secreta) debe ser preservada del escrutinio público. Pero, como decíamos hace unos días en este espacio, cuando los políticos hacen públicos los temas privados o cuando esos temas se les presentan en forma pública, no pueden ser ocultados porque sirven, entre otras cosas, para tener una verdadera perspectiva de quiénes son los hombres y las mujeres que nos quieren gobernar o que nos gobiernan.


No entiendo a quienes dicen que no puede haber campañas negativas ni puede discutirse sobre ciertos aspectos de la vida privada de los políticos. ¿Sobre qué se debe debatir entonces cuando se compara a un candidato o partido respecto al otro? Se nos dirá que sobre las propuestas y es verdad. Pero una verdad a medias, porque resulta que en las campañas actuales donde, por ejemplo, habrá en nuestro caso unos 42 millones de spots dedicados a decir prácticamente lo mismo, no hay demasiado margen para la diferenciación y todo se termina basando en la imagen. Y si una imagen no se corresponde con la realidad, de allí surge la opinión diferenciada. Las propuestas son determinantes, pero la forma correcta de comparar las propuestas es cotejarlas con lo que se ha dicho y lo que se ha hecho. Y, en ese sentido, lo privado y lo público suelen difuminar la de por sí delgada línea que los separa en el ámbito político.
François Mitterrand tuvo una hija fuera de su matrimonio e incluso una pareja estable, además de su matrimonio con su esposa Danielle, y no fue motivo de escándalo. Simplemente fue aceptado, entre otras razones porque nunca se mintió al respecto y porque los valores de una sociedad como la francesa se adaptaban a esa situación. Bill Clinton estuvo a punto de perder la presidencia de Estados Unidos, no porque tuviera relaciones sexuales con Monica Lewinsky, sino porque mintió cuando fue interrogado al respecto y se puso en la picota su “carácter” para ocupar la presidencia. Richard Nixon tuvo que renunciar, no tanto por la operación Watergate, en sí, sino porque mintió y ocultó información al respecto. Son innumerables los políticos que han perdido su carrera política por ocultar información relevante de su vida privada, pero sobre todo por mentir acerca de ella o pregonar una cosa y hacer la contraria en su vida privada.
No sé a usted, lector, pero a mí me parece relevante que nos enteremos, años después de los hechos, luego de un sexenio en el poder, que un candidato presidencial tuvo dos hijos fuera de su matrimonio con dos mujeres distintas prácticamente al mismo tiempo y que se haya ocultado esa información (o que se haya mentido al respecto). Me parece relevante que otro nos diga que vive con 600 mil pesos anuales cuando resulta evidente que su estilo de vida y simplemente sus movimientos políticos sobrepasan holgadamente esa cantidad y que no quiera decir de qué viven él y su familia. Me parece relevante que un funcionario de alto nivel en un estado exija el voto por un precandidato a los burócratas de su partido y los amenace con despedirlos si no actúan en consecuencia y que no le pase nada, ni en el gobierno ni en su partido. Me parece relevante que un ex gobernador del que no conocemos cómo hizo su enorme patrimonio “privado”, luego de un publicitado divorcio en el que acordó que la custodia de sus hijos quedaba en manos de su ex esposa, literalmente se robe a los niños durante una visita a México utilizando para ello a un juez a modo, de su estado natal. Me parece relevante que familiares directos de hombres o mujeres postulados para distintos cargos de elección popular tengan relaciones con el crimen organizado y no se nos informe. Me parece relevante que alguien diga, por ejemplo, que en lo personal esté a favor del aborto y en lo político impulse leyes en su contra, o al revés, que lo apoye en público y lo condene en privado. Me parece relevante saber si un candidato es creyente o ateo, si es católico o adventista del séptimo día, si es agnóstico o preconciliar, pero me parece más relevante que no nos mienta o que no nos oculte información al respecto.
¿Si no podemos juzgar, para bien o para mal, a quienes pretenden gobernarnos con base en esas acciones, cómo los vamos a juzgar?, ¿cómo vamos a saber que no nos están mintiendo cuando hacen propuestas sobre educación, economía, seguridad, anticorrupción? No me interesa si un candidato o candidata tiene o no vida sexual, si es bueno o no en la cama, si su pareja funciona o no, pero sí que no me mienta, que no haga trampa, que no pregone una cosa y haga exactamente la contraria.
Por supuesto que deberíamos, con todos los candidatos, saber si lo que dicen y lo que hacen se corresponde. Por supuesto que en una campaña electoral se deben ponderar las propuestas, pero también los aspectos negativos de cualquier aspirante. Nada de lo humano nos es ajeno, mucho menos en la política y a la hora de tomar decisiones sobre el futuro individual y el de un país.

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