15 enero, 2012

Atención con las filiales de los bancos extranjeros

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Latinoamérica ha mejorado la regulación financiera en la década de 2000, según un reciente análisis que el economista Roberto Frenkel, del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES) de Argentina, presentó el año pasado en un seminario organizado en Chile por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la Universidad de Columbia y la Fundación Europea de Estudios Progresistas (FEPS, según sus siglas en francés). La mayor regulación del sistema financiero fue una de las razones por las que la región superó sin grandes traumas la crisis mundial de 2008/2009. Sin embargo, Frenkel advierte que aún quedan tareas por hacer porque teme que los problemas de los bancos extranjeros en tiempos de crisis europea perjudiquen a las economías de sus filiales en Latinoamérica.
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Frenkel considera crucial una regulación bancaria integrada en Latinoamérica, dada la alta participación de los bancos extranjeros en los sistemas locales. “Los problemas bancarios en sus países de origen puede afectar las economías en las que sus filiales están radicadas”, advierte el investigador. “Es imposible atacar el riesgo de contagio sin limitar la participación de los bancos extranjeros en los mercados financieros domésticos. Sin embargo, una regulación apropiada puede ayudar a mitigar el riesgo. Primero, los bancos extranjeros deberían afrontar requerimientos no menores que los locales. Segundo, se debería pedir a los supervisores de los países de donde provienen los bancos extranjeros que analicen en conjunto a las casas matrices y a sus subsidiarias en el exterior. Tercero, debería haber una intercambio fluido de información entre las agencias regulatorias. Por último, los ahorradores y los acreedores de las filiales deberían ser informados sobre el verdadero nivel de compromiso de las casas matrices con sus pasivos en esos mercados”, concluye Frenkel.


De todos modos, el economista del CEDES destaca que las instituciones financieras en seis países latinoamericanos analizados (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y México) están bien capitalizadas. “El grado de dolarización de las operaciones bancarias declinó en los últimos años”, añade Frenkel. Este fenómeno supone menores riesgos bancarios en caso de devaluación de las monedas locales. “Las regulaciones bancarias relacionadas con el riesgo en los créditos han mejorado significativamente y están cerca de las mejores prácticas internacionales.”, comenta el autor. También destaca las regulaciones que limitan, incluso desde antes de la crisis mundial de 2008, las inversiones de los bancos en derivados y en deuda pública.
El análisis de Frenkel se titula “Lecciones de las crisis financieras”, un tema de moda a partir del momento en que primero EE UU y después Europa han sido protagonistas de ellas en los últimos años. El investigador recuerda que las crisis bancarias fueron habituales en Latinoamérica entre principios de los 80 y principios de los 2000, pero no reaparecieron con la crisis mundial que ha afectado a los bancos de EE UU y Europa a partir de 2007.
“Las dos olas de desregulación financiera, en los 70 y los 90, implementadas con diversos grados de intensidad en diferentes países latinoamericanos amplificaron los problemas bancarios y la profundidad de las rupturas financieras”, comenta Frenkel. “Los significativos costes económicos y sociales de las crisis bancarias llevaron a revisar los marcos regulatorios”, añade el economista.
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A partir de la experiencia de los seis países latinoamericados mencionados, el análisis concluye que los bancos centrales y las agencias de supervisión mejoraron su institucionalidad en los últimos años al hacerse de mayor autoridad y recursos para sus tareas. Una actividad financiera menos sofisticada que la de los derivados en los países desarrollados constituyó también una ventaja desde un punto de vista regulatorio, según Frenkel.
“Hay una preocupación creciente entre los supervisores de los países analizados por monitorear” la creciente presencia de grandes conglomerados financieros en Latinoamérica, según el documento. “El progreso en esta área es aún insuficiente. Hay dificultades para coordinar a las agencias involucradas en las diferentes áreas en las que los conglomerados participan."
El economista del CEDES recuerda que las crisis financieras en Latinoamérica comenzaron a partir de la temprana incorporación de la región a la globalización, en los años 70. Tanto en los 80 como a finales de los 90 y principios de los 2000, diversos países de la región sufrieron colapsos que se sucedieron de la siguiente manera: primero, un ciclo de crecimiento dinámico que es seguido por uno de recesión o estanflación, con una creciente fragilidad externa y financiera que deriva en un cataclismo financiero y devaluatorio.
“La fase inicial del boom es generada por los cambios relativamente drásticos en las políticas macroeconómicas y en las regulaciones, que típicamente incluyen la liberalización de la cuenta de capital y el mercado financiero local en combinación con una regla preestablecida para el tipo de cambio nominal (tipo de cambio fijo o casi fijo)”, cuenta Frenkel.  “En todos los casos, el tipo de cambio real se aprecia durante la fase del boom”, añade el economista. Durante esta primera fase, el ingreso de capitales es grande en proporción con los mercados que los reciben. En la etapa de crisis, la salida de fondos juega un papel importante. “Por último, la regulación del mercado financiero local era débil”, ya sea porque se acababa de liberalizar o porque su expansión superaba la capacidad regulatoria del país, apunta Frenkel.
El investigador del CEDES concluye que los países deben fortalecer y expandir su regulación financiera, adoptar regímenes cambiarios que den flexibilidad a las autoridades y eviten la especulación, aplicar controles a los movimientos de capital e implementar políticas que robustezcan las cuentas externas, como la acumulación de reservas y un tipo de cambio competitivo. En concreto, señala que las reservas reducen el riesgo de suspensión de pagos de las deudas pública y privada por un problema de iliquidez internacional. También destaca el papel de un tipo de cambio competitivo para ayudar a la actividad industrial y la creación de empleo.
Exportaciones

Latinoamérica exhibió un superávit de cuenta corriente entre 2003 y 2008, año de inicio de la crisis mundial. Claro que México, Centroamérica, el Caribe y Colombia sufrieron déficits durante ese periodo. A partir de la Gran Recesión de EE UU comenzó un rojo que se ha ido profundizando en toda la región. Los pronósticos indican que empeorará y, sin embargo, los mercados, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, esta vez no consideran que esto constituya una amenaza de crisis. Prueba de ello es que Brasil se financia cada vez más con menores tipos de interés, según Frenkel. La razón de este cambio de percepción radica en un cambio estructural de la composición del déficit de cuenta corriente, de acuerdo con el documento.
En la década de 2000, los países latinoamericanos redujeron sus deudas externas en forma significativa. Esto ha llevado a que paguen menos intereses, que son un componente de la cuenta corriente que en el período 1970/2000 era considerable. En Brasil, Chile, Colombia y Perú el peso de los intereses se ha derrumbado entre 1999 y 2010, pero no así en México.  En cambio, ahora el déficit está más determinado por los giros de utilidades de las multinacionales a sus casas matrices. Los intereses deben pagarse en divisas, con lo que pesan más en caso de devaluación. Los dividendos, en cambio, se ganan en moneda local y, por tanto, se reducen en términos de divisas si se produce una depreciación. Además, en esta situación las autoridades pueden imponer restricciones temporarias al giro de utilidades, comenta Frenkel. Es lo que está pidiendo Argentina de manera informal a las empresas extranjeras. En periodos normales, parte de esos beneficios vuelven al país como reinversión, que se contabilizan como un ingreso en la cuenta de capital.
El autor considera que, por más que Latinoamérica haya estado bien preparada para la última crisis mundial, no quedaría inmune en caso de una nueva debacle de las economías avanzadas. También advierte que no se puede esperar que los buenos precios de las materias primas, factor clave para fortalecer las cuentas corrientes de los países, sean eternos.

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