28 diciembre, 2011

Mercosur, seducido por el autoritarismo

por Víctor Pavón

Víctor Pavón es Decano de la Facultad Derecho de la Universidad Tecnológica Intercontinental (Paraguay) y autor de los libros Gobierno, justicia y libre mercado y Cartas sobre el liberalismo.

En las últimas semanas tuvimos una fuerte arremetida por parte del dictador venezolano Hugo Chávez. Su propósito es absolutamente coherente con la línea de acción que mantiene en su mismo país. Seguir avanzando en el continente de modo a mantener lazos directos con los gobiernos afines para exportar a lo que el mismo presidente Chávez denomina “revolución bolivariana”.


Esta “revolución”, y tal como su principal propulsor afirma, consiste en lograr la unidad latinoamericana sobre la base de un modelo político de democracia “participativa”, de la sumisión de la propiedad privada, de la libertad de prensa y del Poder Judicial a los dictados del gobierno “bolivariano” y la fuerte influencia del Poder Ejecutivo con escaso control por parte del Congreso sobre el presupuesto público.
Estos tres elementos no son democráticos en el sentido correcto de lo que es una república de sustrato constitucional. Es en realidad un proyecto totalitario con fuerte base de lo que en las ciencias políticas y la filosofía se denomina “la ingeniería social” o el “constructivismo” político como también se lo conoce y cuyo nombre en su momento fuera acuñado por F.A. Hayek.
El objetivo de la “revolución chavista bolivariana” no es llegar a la planificación central tal como lo propugna el comunismo marxista, pero es una simple variable de igual naturaleza. La “revolución bolivariana” pretende mantener intacto el mercantilismo para repartirse el botín que significa un Estado monopólico compuesto por seudo empresarios seguidores y beneficiados de modelo político económico
Tal como estamos viendo en los últimos días a muchos políticos poco o nada les interesa esa fuente de inspiración que es absolutamente autocrática. Casi todos nuestros dirigentes están seducidos por el autoritarismo. Aunque escalofriante la razón es sencilla pues a los políticos profesionales que viven de la política y no para la política en el fondo les encantaría ser como Chávez, orador histriónico, grandilocuente, encantador de masas, dueño de vidas y haciendas.
Esta seducción tiene larga data. El estatismo por estas tierras está a flor de piel, como alguna vez lo dijo correctamente Porfirio Cristaldo Ayala. Y aunque muchos ni siquiera conocen el proceso de la historia, esa propensión de creer que el Estado es una entidad sagrada ya nos ha costado demasiado caro no solo en el Paraguay sino en varias partes del mundo. Todavía se añora a Robespierre, aquel político francés que años después de la Revolución Francesa con su Teoría del gobierno revolucionario se convirtió en el primer dictador moderno, diciendo que para él sus enemigos eran enemigos de Francia y, con eso, justificaba el exterminio de sus adversarios.
Hoy el exterminio les está vedado a los autoritarios como Chávez. Este ya se “modernizó” y los tiempos son otros. Pero tiene un as bajo la manga. La escasa propensión de los políticos latinoamericanos a defender la libertad, la propiedad y la justicia hace que los emuladores de Robespierre tengan el camino allanado. Esta tendencia es una reminiscencia de la que aún en Latinoamérica no podemos despojarnos. De hecho, gran parte de nuestros dirigentes como les encantaría ser como Chávez están dispuestos a verlo todavía más cerca para contemplarlo tal como un mesías al que hay que hay rendirle culto.
La última arremetida ya se dio. El presidente uruguayo Mujica, acosado quizás por la gran deuda de su país con la petrolera estatal venezolana, nos dio una sorpresa con un giro político cuando apenas días atrás hablaba de que “Brasil no debería venir a colonizarnos” y él mismo propone ahora saltar sobre el congreso paraguayo para hacer ingresar al dictador Chávez. Sin duda que el ingreso al Mercosur por parte de Chávez le permitirá a este gobernante ampliar sus redes de conexión directa con sectores políticos de los países miembros. Esta vez la intromisión en los asuntos internos de los demás países componentes del Mercosur tendrá el fuerte incentivo de la participación legítima como miembro del grupo.
Pero aún hay algo más determinante. El Mercosur por su característica de tratado internacional no se confeccionó como una entidad supranacional sino que es de carácter intergubernamental. Esto significa que los diversos grupos que conforman el Tratado pueden aprobar normas denominadas de derecho derivado, esto es, sus decisiones están supeditadas nuevamente a las decisiones de cada gobierno.
Pero el Mercosur hace tiempo que se muestra débil e inoperante. Sus Estados le han cerrado la navegación a los barcos ingleses con banderas de las islas Malvinas, cuando que ni siquiera pasó esa atribución por nuestro Congreso, pese a que este tipo de decisiones deben ser aprobadas por el Parlamento dado que el Mercosur no es una entidad supranacional sino intergubernamental. El presidente Lugo, fiel a los postulados de la revolución, le da una mano a la presidenta Cristina Kirchner y de este modo se convierte en uno de los constructores del puente de playa para seguir con los lineamientos de la “revolución”. Están seducidos por el autoritarismo.

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