18 diciembre, 2011

Internacional. Europa dice adiós a un gigante moral

Ayer murió Vaclav Havel víctima de una afección pulmonar. Líder de la Revolución de Terciopelo, luchó sólo con la verdad contra el comunisno

Europa dice adiós a un gigante moral
La vida de Vaclav Havel parece una obra de arte», dijo hace unos años Milán Kundera. La vida de Vaclav Havel ha sido una obra de arte. Por mucho que, tras la gran gesta liberadora, embarrancaran en la terca, dura y prosaica realidad todos sus sueños de aprovechar el hundimiento del comunismo para crear una república de la excelencia moral y la aristocracia del espíritu. Por muchos que fueran sus desencuentros con una sociedad checa que pronto se negó a seguirle en sus altos propósitos y grandes ideales. Por mucho que haya estado veinte años hasta su muerte ayer pagando su adicción compulsiva al tabaco (durante años se cuidó su afección pulmonar en Lanzarote, donde su gran amigo el Rey Juan Carlos ponía a su disposición una residencia de Patrimonio Nacional) y las durísimas condiciones de trabajo y encarcelamiento que le impuso el régimen comunista. Y que su debilidad física le impidiera en la última década librar todas las batallas que el habría querido aún librar.

Sus fracasos se deben todos a que su ejemplaridad ética y las exigencias de su conciencia y voluntad lo situaban siempre, casi siempre lejos, por encima, de los deseos de una sociedad acomodaticia y tan materialista, ni más ni menos, como todas las sociedades modernas desarrolladas. Pero el «casi» es importante. Porque Vaclav Havel sí logró durante unos meses la plena comunión de su pueblo con sus altísimos ideales y la adaptación entusiasta de la política a las mayores exigencias de un proyecto intelectual de la máxima calidad moral. Fue durante la revolución de 1989. Y fue un momento político lleno de magia en el que el sumo sacerdote fue este hombre de físico frágil pero voluntad y conciencia de granito.
Pocas veces, si acaso alguna, se ha visto tanto respeto a la verdad, tanta autocontención inteligente, tanta generosidad en la victoria, tanta celebración de la libertad humana en madurez responsable como en los meses en los que la sociedad de Checoslovaquia acabó, con el guante de terciopelo que dio nombre a su revolución, con uno de los regímenes comunistas más inflexibles y obcecados de los que cayeron en aquel otoño milagroso de 1989. No hubo tiros, ni excesos, ni venganzas ni una palabra de odio en aquella insurrección liderada por un caballero de la palabra, de la idea de la bondad y la audacia reflexiva.
Havel era una víctima propiciatoria para un régimen comunista. Nacido en 1936 en una familia de la alta burguesía de Praga, cultivada y selecta en su entorno, sobrevivió la ocupación nazi para caer bajo el estalinismo ya en 1948. Con esa familia era lógico que le vetaran el acceso a la universidad. Trabajó en un laboratorio y de taxista, mientras iba a clase nocturna y cursó un estudio de dramaturgia por correspondencia. En un pequeño teatro en la ciudad vieja de Praga consigue su primer éxito. En 1963 «La fiesta en el jardín» se convierte en un triunfo que pronto es internacional. Y cuando surgen las grandes esperanzas de la Primavera de Praga en 1968, Havel ya es un autor reconocido y celebrado.
El aplastamiento por parte de los tanques soviéticos de este último intento de reformar el comunismo desde dentro desata una brutal represión de todos los cuadros reformistas y el mundo cultural e intelectual comprometido con aquel movimiento de esperanza. A Havel le prohíben escribir. Pero él no obedece y es de los pocos que se declaran abiertamente en contra de la llamada «normalización» bajo los ultraortodoxos Husak y Bilak. En 1975 en la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa CSCE de Helsinki, el Pacto de Varsovia firma un compromiso para ciertas concesiones en libertades a cambio de mayor cooperación económica con Occidente. Por supuesto no hay la mínima intención de cumplir. Pero en Praga, un pequeño grupo de intelectuales está dispuesto a recordarle al régimen comunista su compromiso escrito. Y surge Charta77. Integran el núcleo duro Jan Patocka, Zdenek Mlynar, Jiri Hayek, Pavel Kohout y Vaclav Havel. El régimen reacciona con fiereza. Todos son detenidos. Y comienza la larga vida de Havel entrando y saliendo de la cárcel.
Entonces, con su primera larga estancia de cárcel, es cuando comienza a circular en la disidencia la canción «Te tienen en una jaula». Te tienen detrás de barrotes Havlicku (Havelito). Con esa canción ya en tono festivo recibieron centenares de miles de praguenses a Havel al estallar la Revolución de Terciopelo. Pero en los años de plomo de la normalización Havel y todos los demás tienen que alternar sus pasos por la cárcel con trabajos físicos duros que tienen por objeto quebrar su resistencia.

Asumir compromisos

Havel es hasta la caída del régimen el enemigo número uno de los comunistas. Las difamaciones contra él, su mujer y su familia eran continuas en todos los medios oficiales. No había maldad que no se le atribuyera ni tropelía que no se le ocurriera a la Policía política para hacerle la vida imposible. Pero Havel nunca cedió. Muchos de los firmantes de Charta77 no pudieron aguantarlo. Y después de la apertura d elos archivos policiales se vio cuántos de ellos se habían avenido a tratos de colaboración, exhaustos e intimidados. Havel, no. Como el periodista Joachim Fest en el nazismo: «Yo no». Esa fue su consigna de vida. Nada le hizo apartarse de su devoción por la verdad. «Con la verdad, vivir en la verdad, nunca comprometer la verdad», repetía incansablemente. También cuando se fue, ya como flamante presidente de Checoslovaquia —habría de ser el último— y primero de la República Checa, puesto que ocuparía hasta el 2003. La política oficial le haría asumir compromisos. Pero nunca contra la verdad. Y hasta el final, ya retirado en su casa de Hradecek, lejos de Praga, se mantuvo firme en su exigencia moral contra todas las dictaduras, contra todas las violaciones de los derechos humanos. Y contra el peor enemigo moral que para él era la indolencia, la indiferencia ante la injusticia y el atropello por el poder. «El que se acomoda con la injusticia o es indiferente ante la opresión es tan responsable como el que la comete». Havel ha sido un gigante moral de nuestra era.

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