19 diciembre, 2011

Hoppe en una lección

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Hoppe en una lección, con un ejemplo en la economía del bienestar. Escrito por  y traducido por Mariano Bas[Extraído de Property, Freedom and Society: Essays in Honor of Hans-Hermann Hoppe]. 
Todo escolar aprende que, para llegar a una conclusión verdadera, debe empezar con premisas verdaderas y usar una lógica válida. Por desgracia, esta lección se olvida bastante en la vida posterior. A la mayoría le falta la inteligencia, el interés o el coraje para aplicar rigurosamente la lección. Muchos rompen o retuercen las reglas para avanzar en sus planes o carreras. Otros sólo pueden esbozar la voluntad de seguir las reglas en algunos lugares y casos. Rara es la persona que aprende la lección.


Hans-Hermann Hoppe ha demostrado la altura intelectual que puede alcanzarse empleando la lección con una mente brillante, una ferviente devoción por la verdad y un irredento coraje moral. Lo que sigue es una breve explicación de cómo pone las cosas claras en el campo de la economía del bienestar.
La antigua economía del bienestar trataba de dar la vuelta a las conclusiones de laissez faire de la Escuela Clásica basándose en la teoría de la utilidad marginal aportada por la revolución marginalista. Si la utilidad podía compararse interpersonalmente, con varias suposiciones como la utilidad cardinal, los planes de utilidad idénticos o la utilidad del dinero entre la gente, los antiguos economistas del bienestar argumentaban que la utilidad marginal decreciente implicaba una ganancia en el bienestar social, entre otras intervenciones del estado, al redistribuir la riqueza de los ricos a los pobres. Esta línea de argumentación se vino abajo por la demostración de que la subjetividad del valor impide comparaciones de utilidad interpersonal. Por tanto, sólo puede decirse que el bienestar social se mejora sin ambages como consecuencia de un cambio si hace que al menos una persona mejore y ninguna empeore. La regla de Pareto impide a los economistas reclamar mejoras en el bienestar social mediante intervenciones del estado, ya que hacen que algunos mejoren y otros empeoren.
La nueva economía del bienestar trataba de elaborar una defensa de la intervención del estado dentro de las limitaciones de la regla de Pareto. Las conclusiones de la nueva economía del bienestar pueden derivarse de sus principales teoremas. El primer teorema del bienestar dice que un equilibrio general perfectamente competitivo es el óptimo de Pareto. A partir de este teorema, los nuevos economistas del bienestar concluyen que una divergencia de la economía real respecto de esta condición hipotética justifica la intervención del estado para mejorar el bienestar social. Las revistas económicas están repletas de casos que demuestran cómo la economía de mercado no consigue lograr un equilibrio general perfectamente competitivo y qué intervencionismo del estado debería utilizarse para eliminar la ineficiencia del mercado.
El segundo teorema del bienestar dice que la cualquier solución del óptimo de Pareto puede alcanzarse por medio de un equilibrio general perfectamente competitivo: para cada patrón de dotación de renta entre personas, la economía de mercado que funcione perfectamente llegará a un resultado óptimo de Pareto distinto de producción e intercambio. A partir de este teorema, los nuevos economistas del bienestar concluyen que el estado puede distribuir rentas, de cualquier forma que quiera, por ejemplo, para alcanzar una concepción concreta de la igualdad, sin perjudicar la propiedad de maximización del bienestar social de la economía de mercado de funcionamiento perfecto.
En su artículo sobre la utilidad y la economía del bienestar de 1956, Murray Rothbard demostraba que los nuevos economistas del bienestar se equivocaban al pensar que podría construirse una defensa del laissez faire basándose en la subjetividad del valor. Argumentaba que los nuevos economistas del bienestar tenían razón en inferir la imposibilidad de comparaciones de utilidad interpersonal a partir de la subjetividad del valor. El valor es un estado mental sin una propiedad extensiva que pueda ser analizada objetivamente. Como tal, no existe ninguna unidad común entre personas en la que los estados mentales pudieran medirse y, por tanto, compararse.
Una vez aceptada la subjetividad del valor como razón para la imposibilidad de las comparaciones interpersonales de la utilidad, a las que hicieron un pilar de la economía del bienestar, los nuevos economistas del bienestar se comprometen con otros corolarios del valor subjetivo. En particular, indicaba Rothbard, deben adoptar el concepto de la preferencia demostrada. Como las preferencias sólo existen en la mente de una persona, otra persona no puede adquirir conocimiento objetivo acerca de ellas salvo infiriéndolo de sus acciones. Como no existe ningún otro conocimiento objetivo de las preferencias de una persona, sólo la preferencia demostrada puede utilizarse en el análisis de la economía del bienestar.
Tanto la imposibilidad de las comparaciones interpersonales de utilidad como la preferencia demostrada se deducen directamente de la subjetividad del valor y por tanto los nuevos economistas del bienestar no pueden aceptar válidamente una o rechazar la otra. La imposibilidad de las comparaciones interpersonales de utilidad limita a la economía del bienestar por la regla de Pareto, haciendo más difícil justificar la intervención estatal que en caso contrario, pero la preferencia demostrada sube mucho más las exigencias para justificar la intervención del estado. De acuerdo con los nuevos economistas del bienestar, el nivel establecido por la regla de Pareto está determinado por la desviación del mercado del resultado óptimo de un modelo de equilibrio general perfectamente competitivo, pero la preferencia demostrada elimina cualquier uso de valores hipotéticos, incluyendo las funciones de utilidad de los agentes económicos que subyacen a dichos modelos. Para ser científica, la economía del bienestar debe confinarse a declaraciones acerca de las preferencias que las personas reales demuestran en sus acciones. Rothbard escribía:
La preferencia demostrada, como recordamos, elimina las imaginaciones hipotéticas acerca de las escalas de valores individuales. La economía del bienestar ha considera hasta ahora los valores como valoraciones hipotéticas de “estados sociales” hipotéticos. Pero la preferencia demostrada sólo trata a los valores como revelados a través de la acción elegida.
El primer teorema del bienestar, reconstruido siguiendo la línea de Rothbard, no se refiere al estado de equilibrio general de modelos inventados por economistas. Se refiere a la economía real, para la cual es más difícil demostrar mejoras en el bienestar social por intervención del estado. Si se comparan los resultados del mercado con otras condiciones perceptibles alcanzadas en los sistemas económicos reales actuales, en lugar de en los resultados imperceptibles de modelos ficticios que funcionen perfectamente, entonces el fracaso del mercado parece improbable. Y, como demostró Rothbard, el mercado sí sobrepasa los niveles de bienestar social alcanzados en otros sistemas económicos reales.
Sin embargo el segundo teorema del bienestar para indemne a la crítica de Rothbard. Los nuevos economistas del bienestar podrían seguir defendiendo una intervención del estado. Sin afectar a la eficiencia del mercado en producir un punto óptimo de Pareto, el estado aún podría distribuir rentas para alcanzar su idea de equidad. Rothbard respondía que la propiedad privada era la distribución inicial de la riqueza apropiada de la cual la actividad de mercado produce un resultado óptimo de Pareto. Y como las distribución inicial de la propiedad privada no es arbitraria, sino que sigue las líneas de la autopropiedad del trabajo, la propiedad de la tierra por ocupación y la propiedad de los bienes producidos, la intervención del estado en la propiedad no podría producir un resultado comparable en el bienestar social con el resultado del óptimo de Pareto del laissez faire.
Sin embargo, los nuevos economistas del bienestar, al no seguir la teoría de los derechos naturales de Rothbard, negaron que la distribución de la propiedad por parte del estado llevaría a un resultado de mercado inferior en bienestar social a la del mercado no intervenido. Incluso algunos economistas que favorecían el laissez faire estaban de acuerdo en que el patrón de propiedad en la sociedad es arbitrario respecto del mercado que consiga un resultado óptimo de Pareto y, por tanto, el estado puede reordenarlo sin consecuencias perjudiciales sobre el bienestar social.
Quedó para Hoppe el desarrollo de la lógica del argumento de Rothbard y alcanzar una conclusión definitiva acerca del efecto en el bienestar social de la distribución de la propiedad por parte del estado. Al hacerlo, redirige la economía del bienestar hacia su verdadero rumbo. Aunque latente en el análisis de Rothbard, Hoppe fue el que demostró que la aproximación de la regla de Pareto a la economía del bienestar lleva, no a un punto final de optimización, sino a un proceso superior paso a paso de Pareto con un punto de partida objetivo.
Como había hecho Rothbard antes, Hoppe presenta a los nuevos economistas del bienestar una inconsistencia lógica en su argumento. Habían aceptado un principio básico, esta vez la autopropiedad, de la cual inferían consecuencias del intercambio voluntario en el bienestar social, es decir, proclamaban sobre el bienestar social consecuencias del intercambio voluntario desde el punto de vista de los propios intercambiadores. Pero al aceptar la autopropiedad también deben aceptar su corolario lógico, que es la adquisición lockeana de propiedad. Hoppe apuntaba que la autopropiedad es una precondición necesaria para toda adquisición de propiedad y no sólo para el intercambio voluntario. Por tanto, es el punto de partida para cada paso con éxito de la interacción social.
Al criticar la opinión de Kirzner de la economía del bienestar, Hoppe escribe:
Sin embargo, si el criterio de Pareto está firmemente ligado con la noción de preferencia demostrada, de hecho puede emplearse para producir dicho punto de partida y servir, entonces, como un criterio de bienestar perfectamente inobjetable: la apropiación original de una persona de recursos sin dueño, como se demuestra por esta misma acción, aumenta su utilidad (al menos ex ante). Al mismo tiempo, no perjudica a nadie, porque al apropiárselos no toma nada de otros. Pues es evidente que otros se habrían apropiado también de esos recursos si los hubieran percibido como escasos. Pero en la realidad no lo hicieron, lo que demuestra que no les dieron ningún valor y por tanto no puede decirse que hayan perdido ninguna utilidad por este acto. Por tanto, partiendo de esta base de óptimo de Pareto, cualquier posterior acto de producción, utilizando recursos apropiados, es igualmente un óptimo de Pareto sobre bases de la preferencia demostrada, siempre que no perjudique inadvertidamente la integridad de los recursos apropiados o producidos con medios apropiados por otros. Y finalmente, todo intercambio voluntario que empiece por esta base debe asimismo considerarse como un óptimo de Pareto, porque sólo puede tener lugar si ambas partes esperan beneficiarse de él. Así que, contra lo que dice Kirzner, el óptimo de Pareto no sólo es compatible con el individualismo metodológico: junto con la noción de la preferencia demostrada, también ofrece la clave de la economía (austriaca) del bienestar y su prueba de que el mercado libre, operando de acuerdo con la reglas recién descritas, siempre, e invariablemente, aumenta la utilidad social, mientras que cualquier desviación la disminuye.
Hoppe demostró que la regla de Pareto tenía que aplicarse a las consecuencias que en el bienestar social tiene la adquisición de la propiedad y no sólo a su uso. La autopropiedad es el punto de partida inmutable para el proceso de adquirir y luego usar la propiedad. La distribución de la renta del estado para alcanzar una dotación “inicial” ostensible más equilibrada entre personas no satisface la regla de Pareto. En otras palabras, el segundo teorema del bienestar, reconstruido siguiendo las líneas de Hoppe, es falso. Sólo la dotación inicial, la lockeana, es capaz de producir un resultado óptimo de Pareto.
Además, el argumento de Hoppe acaba completamente con la idea de optimalidad de Pareto como un estado final de maximización del bienestar social. La economía del bienestar comienza con el hecho objetivo de la autopropiedad y luego demuestra que cada caso de adquisición voluntaria y uso de la propiedad satisface la regla de Pareto y de esa manera mejora el bienestar social. Además, cada caso de intervención estatal en la adquisición voluntaria o uso de la propiedad beneficia a algunos y daña a otros y por tanto no mejora el bienestar social. Por tanto, el mercado real no se compara con algún punto final que pueda acabar alcanzando pero aún no se ha logrado. Si fuera el caso, podría decirse que algunas intervenciones del estado podrían facilitar que el mercado real alcanzase los niveles más altos de bienestar social en este punto final. Por el contrario, la economía del bienestar está limitada a comparar el mercado real con la intervención real del estado. No se deja espacio para la afirmación de que el mercado fracasa en alcanzar algún ideal que podría usarse para justificar la intervención del estado. Hoppe estableció definitivamente que el mercado no intervenido es superior en mejorar el bienestar social.
Es verdad que la economía del bienestar es el menor de los logros de Hoppe al emplear la lección. En todos los campos a los que ha dirigido su atención, como Ludwig von Mises y Murray Rothbard antes que él, ha ejemplificado el razonamiento sólido en el análisis social. Mejoró el edificio que éstos construyeron aclarando principios básicos y llegando incansablemente y sin miedo a las implicaciones lógicas desde estas premisas hasta sus conclusiones. Es un ejemplo para todos los que aman la verdad.

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