19 diciembre, 2011

Con el 2011 desperdiciado —y el 2012 también—, ¿cuántos más aguantará “esto”?

Preparémonos para lo que podría ser el peor año del decenio de un siglo, que por decir lo menos, luce sombrío.

Ángel Verdugo
Pocos finales de año como éste, y pocos principios como el del que viene; el año que está a punto de terminar, lo deberemos agregar en la cuenta de los desperdiciados y a cómo se ven las cosas, el siguiente también será un año perdido.


¿Cuántos años más seguiremos desperdiciando? ¿Qué tanto más podremos estirar la liga en esto de negarnos a realizar los cambios, que de urgentes han pasado a ser de vida o muerte? ¿Cuánto más, antes de que esto se atasque?
Estos dos párrafos, que podrían haber sido pensados para describir la situación actual de México, describen lo que está pasando en buena parte de Europa, en cierta medida también en Estados Unidos y por supuesto, en dos o tres países de América Latina donde México, eso sí, encabeza a este último grupo.
No obstante los diversos y onerosos intentos realizados por regresar las economías a la senda del crecimiento, las cosas no salen como se proyecta; esto se explica, en buena parte, porque la profundidad de los problemas estructurales en países cuyo peso específico en la arena internacional es clave para el crecimiento del resto de las economías, no ha querido ser enfrentada con seriedad y la obligada voluntad política para poner en práctica las medidas correctas.
Los gobernantes y políticos de muchos países —desde hace años—, han preferido aplicar “cataplasmas” expresados en inyecciones de liquidez casi ilimitadas que de nada han servido, antes que la cirugía.
Esta conducta, además de pretender negar lo evidente, es apoyada por buena parte de la población en cada país; lo hace, porque tampoco quiere que las cosas cambien. Sabe, son pícaros no tarugos, que perderían buena parte de los privilegios recibidos por años los cuales, son causa de la grave situación que enfrentan.
Los cambios que se fueron gestando en algunos países desde fines de los años sesenta, y desde mediados de los ochenta en otros, explican en buena parte la situación que enfrentan hoy no pocos países europeos.
La caída de la productividad y por ende, la capacidad de ser competitivos frente a lo que aquellos países estaban logrando mediante reformas estructurales profundas y sin los altos costos sociales de los países europeos y algunos latinoamericanos, llevó a la carencia casi total de sustentabilidad financiera de buena parte de los paquetes de “beneficios” que eran, al final del día, privilegios e  inviables desde la perspectiva de unas finanzas públicas sanas.
Hoy, la situación se complica cada día más; la incertidumbre es regla y el jarabito de agradable sabor que se aplica —en sustituto de la amarga medicina “que hace llorar” como lo atestiguó la ministra Fornero en Italia hace días—, no le restituye la salud al enfermo. ¿Cuánto más aguantaremos así? ¿Cuánto más sin enfrentar la realidad de la penosa y larga enfermedad que cual metástasis, invade el cuerpo débil de decenas de economías?
Ante esta realidad, sólo donde la marca de la casa es la frivolidad e irresponsabilidad propia del político pequeño, se cae en el triunfalismo sin sustento. En México, aquí y ahora, es tal la pérdida de contacto con la realidad que el triunfalismo que ayer se circunscribía al país, nuestro gobernante pretende extenderlo al resto del G-20.
Desechemos tal locura, y preparémonos para lo que podría ser el peor año del decenio de un siglo, que por decir lo menos, luce sombrío. Lo de aquél, ilusiones vanas ante la derrota que se le viene encima, y lo aplastará.
Fe de erratas
Por un lamentable error de edición, en la columna de Ángel Verdugo, publicada el pasado miércoles 14 de diciembre, aparecieron en cursivas los tres últimos párrafos, cuando debieron publicarse en redondas. Ofrecemos disculpas al
autor y a nuestros lectores.

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